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El año pasado, el director del Dane, en entrevista que tuvo a bien concederme, alertó que 72.675 ibaguereños no tenían para “los tres golpes” diarios, debido a que su ingreso no superaba los $146.345 al mes. Dijo que Ibagué había pasado de 17.520 personas en situación de pobreza extrema en 2019, a 72.675 en 2020, es decir, 55 mil más viviendo en la miseria. Adicionalmente, el Dane viene señalando que la ciudad musical tiene la más alta tasa de desempleo juvenil. El panorama social, pues, es angustiante. El hambre es muy mala consejera, nubla el discernimiento y hace ver como Mesías al mismísimo lucifer. Por ello, repartir mercados y aprovecharse de la miseria puede funcionar electoralmente.
La versión de que la campaña de Barreto reparte mercados, parecería la continuidad de una práctica ejecutada por el alcalde Hurtado en diciembre, cuando recorrió barrios y veredas de Ibagué llevando regalitos a los niños pobres. Se entregaban luego de que la comunidad escuchaba los lánguidos discursos del enjambre de burócratas que organizaba tan ‘caritativas’ reuniones. Lo que parecía caridad, era en realidad ramplona politiquería. Mantener en la pobreza y en estado de necesidad a casi toda una ciudad y luego repartir regalos en lugar de gobernar y solucionar los problemas, es sencillamente una canalla.
Quisiera pensar que las famosas fotografías del presunto reparto de mercados por parte de Barreto no corresponde con la realidad, o que en caso de serlo, habría sucedido a sus espaldas, obra de sus ganapanes, y que él las desaprueba totalmente. Por esa razón, quiero preguntarle públicamente al candidato Óscar Barreto si tiene conocimiento de tales hechos y si son ciertos o no. Esperaría un pronunciamiento de su parte, en aras de preservar un mínimo de legitimidad de la principal institución democrática, el Congreso de la República. La compra de votos mina su legitimidad y destruye la confianza de los ciudadanos, que ven con estupor y repudio estas prácticas politiqueras. Producen solo asco.
La historia de Colombia y del Tolima está llena de ejemplos de políticos que se dejaron seducir por el poder y el afán de enriquecimiento, y se precipitaron por un abismo moral insondable. Ganaban elecciones, una tras otra, y vencían, pero no convencían, para evocar a Unamuno. Muchos terminaron tras las rejas y hoy solo son, desde un punto de vista moral, cadáveres insepultos que deambulan como ánimas en pena, repartiendo culpas y llorando por lo que pudo haber sido y no fue.
La divisa de Maquiavelo de que el fin justifica los medios, ha sido revaluada. Son los medios los que dignifican el fin. Luis Carlos Galán dijo alguna vez que la victoria tenía que ser digna. A esa divisa me atengo. Nada es más efímero que el poder, y con mayor razón el poder mal habido. En política, como en los negocios, no todo vale. Las cosas pueden cambiar, quién quita que mañana le dé a la justicia por funcionar.
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