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Resulta increíble que una empresa (unión temporal) a la que le adjudicaron un contrato de ¡un billón doscientos mil millones de pesos! para organizar las elecciones y contabilizar el resultado no dé una explicación. Peor aún, que no haya quién se la pida formalmente. Las elecciones del 13 de marzo van a pasar a la historia por muchas razones, entre ellas el desorden y la opacidad de la Registraduría Nacional además de las prácticas corruptas, derroche de dinero, abuso del poder público y la compraventa de votos. Nadie puede estar satisfecho con el desempeño de esa entidad. Debería existir una investigación a fondo. La tragedia es que no hay quién la haga, todas las instituciones están bajo sospecha de parcialidad política y corrupción. Muy pocas personas creen en el Consejo Nacional Electoral (CNE), la Procuraduría o el presidente de la República, ocupado en poner sustituto y montar un partido político propio. Así, el país parece un barco a la deriva, sin timonel ni carta de navegación.
No es conveniente seguir fingiendo que no pasa nada. Que todo es normal, diciendo que así es la política. Saltando de escándalo en escándalo. Lo sucedido con la Registraduría es una vergüenza y nadie se ruboriza. Ahí está en su cargo el registrador Alexander Vega, a quien el Centro Democrático ahora quiere graduar de ‘castro-chavista’, por si fuese necesario justificar una derrota y montar una narrativa de fraude. Lo más triste es que no hay quién esté construyendo una propuesta. Todos vivimos felices bajo la dictadura del ‘pajarito azul’, que hipnotiza a políticos, periodistas y a los llamados ‘influencer’, tratando de ser ‘tendencia’. Hace más de un mes fueron las elecciones, el sistema electoral se encuentra en entredicho y aún así vamos rumbo a la contienda electoral más importante de los últimos años como si nada hubiera ocurrido. A quienes nos advierten que ahí viene el lobo, y nos llaman a salvar la democracia hay que preguntarles de qué democracia hablamos. Si todo está mal, si nada funciona, todo se puede cambiar. La falta de confianza y credibilidad en el sistema es lo que puede crear condiciones para pensar que lo mejor es poner al país ‘patas arriba’.
Es prioritario abocar sin dilación alguna una reforma política y electoral profunda. Debemos ‘resetear’ al sistema para devolverle credibilidad. Paradójicamente, este asunto no es objeto de debate público en esta campaña presidencial, pese a que casi se le burla el derecho a elegir a más de millón y medio de personas. Alguien dijo que el proceso electoral es un sistema de reglas ciertas y resultados inciertos. Hay que honrar esa premisa, a no ser que queramos seguir viviendo en una democracia de opereta en la que pocos ciudadanos creen sinceramente, y que amenaza con morirse sin haber terminado de nacer. Se escuchan propuestas.
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