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Para hacernos a una idea de la dimensión numérica de nuestra realidad migratoria en general, se debe tener en cuenta que más de seis millones de compatriotas viven en el exterior, un 12% del total de la población.
Hay quienes afirman que son muchos más, y es muy posible que así sea, pues no son pocas las personas que entran de manera irregular a otros países, como lo señala la crónica citada, y en consecuencia no queda registro. Algunas mueren en el intento, como Claudia Marcela Pineda, una joven que falleció de hambre y de sed en el desierto de Yuma, en territorio norteamericano, con su niña de once años. Buscaba reencontrarse con su esposo y su otro hijo de solo tres años, que habían logrado entrar a Estados Unidos meses antes. Esta tragedia es más frecuente de lo que se piensa.
La cuestión migratoria me ha llamado la atención desde 1999, que comencé a ver cómo llegaban a España centenares de compatriotas para quedarse. Por doquiera que uno iba encontraba compatriotas, no había ciudad o pueblito en que no hubiera colombianos, llegamos a ser la tercera nacionalidad más numerosa, tras la marroquí y la ecuatoriana. La presión migratoria fue tan fuerte que en 2001 el gobierno, escudándose en la Unión Europea, nos puso un visado para entrar, medida que estuvo vigente hasta 2013. Se llegó a hablar de que allí vivíamos cerca de un millón de colombianos.
Entrar a España es entrar en Europa, y de esta manera la diáspora se fue extendiendo a Portugal, a Francia, a Italia, a Alemania, a Inglaterra, en fin... La mayoría, gente entre los 18 y los 45 años en busca de oportunidades de trabajo o estudio. Así, conocí historias conmovedoras, muchas de ellas, dignas de ser contadas porque mostraban el carácter batallador de nuestro pueblo y su enorme capacidad de resiliencia. En algún momento debo animarme a narrar algunas de esas historias de vida.
Desde hace un par de años se viene dando una nueva ola migratoria. En mi fallida campaña al senado, puse en la agenda el tema de los colombianos en el exterior. Me impresionó encontrar a muchísimos jóvenes que tienen entre sus expectativas y proyecto de vida irse de Colombia. Algunos me preguntaban qué les aconsejaba, o si podía ayudarles a irse. Es una situación crítica. El país no puede seguir perdiendo a sus jóvenes y viendo cómo se fracturan las familias. Detrás de la realidad migratoria hay más que remesas, las que por cierto, el año pasado, llegaron a US $8.500 millones de dólares, más de tres veces las exportaciones de café.
No faltará quién diga ‘plata es plata’, y sólo mire este costado, pero es absolutamente mezquino y equivocado. El próximo gobierno debe abordar el tema migratorio y tener una oferta real para los jóvenes, pues están buscando visa para un sueño, qué más pueden hacer.
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