PUBLICIDAD
El salón es maravilloso. Las obras logran conectar con el observador. Lo tocan, le hablan, conmueven, que es para mí la medida o el mejor indicador de si una obra es buena. Y es que hay situaciones y circunstancias que no se pueden expresar con palabras, por más precisas y preciosas que éstas sean, o que se expresan mejor con imágenes. Entre otras razones porque la palabra carece de la universalidad de la imagen, ya sea expresada a través de la pintura, la fotografía, la escultura o el cine mudo. Sucede igual con la música. Hay letras de canciones, por ejemplo, que pueden estar escritas en mandarín, suajili o coreano, y sin embargo logran llegar. La explicación que personalmente me he dado es que esto ocurre porque el alma no tiene idioma. Muchas veces solo basta una mirada para decirlo o entenderlo todo.
El trabajo de Olga Martínez, ‘Historias del desarraigo versus grafitis mentales’, me conmovió. Plantea una temática de la más absoluta vigencia: el abandono y maltrato al indígena, particularmente de la mujer, de la madre y de la niñez. Una madre de la etnia embera katío, tirada en un andén, descalza, con el hijo sentado en su regazo, también descalzo, con una expresión de llanto mudo en espera de auxilio. El niño llora. La madre no. La madre sabe que llorar de nada sirve, su pueblo lleva más de cinco siglos llorando y nada cambia. En la mirada de esa madre cuyos ojos apenas nos muestra la fotografía, solo hay resignación y soledad. Están en la calle, a la vista de miles de personas que la transitan, sin embargo nadie parece verlos.
Ella y su hijo son fantasmas. Llevan allí cientos de años, desde que salieron del Chocó y Antioquia. Olga Martínez sobrepone esa imagen sobre otra, una figura precolombina en una pose casi idéntica, estoica, y entonces uno entiende el mensaje. Con esa transposición logra invocar los espíritus y esos espíritus vienen y nos tocan, nos hablan y nos reclaman por nuestra falta de humanidad e indiferencia. Eso es el arte.
Pero hay más. Martínez se asegura de que todos entendamos y recordemos, y nos devuelve a la escuela, a la infancia, nos obliga a leer planas de cuaderno. “Desplazados, habitantes de la calle”. “Rotulados como desplazados”. Frases que se repiten ocho veces, para que no se nos olviden, y que al mismo tiempo recogen el discurso burocrático del Estado, de un Estado arrogante, etnocéntrico e ineficiente que tras doscientos años sigue sin entender nada, sin entender que no es comida y abrigo lo que piden sino dignidad y respeto. Espero que mucha gente vaya al MAT.
Post scriptum:
Es ley de vida que los hijos entierren a los padres, no que los padres entierren a sus hijos. Dicen que esa ley se altera durante la guerra, aunque algunas veces es el destino mismo el que se encarga de cambiarla. Falleció en Bogotá Alfonso Gómez Lugo, el primogénito de mi buen amigo Alfonso Gómez Méndez. No hay palabras.
Comentarios