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Ese hecho puso a Colombia en el radar planetario, y quienes comenzaron a aproximarse al país a través de sus obras, vieron un lugar en donde se entremezclan la magia, lo maravilloso y la fatalidad. Un pueblo triste conformado por personas alegres, de gentes anhelantes de la paz, pero hacedores de guerras. Una tierra de mariposas amarillas condenadas a dar las malas noticias y a ser el símbolo de los amores escondidos.
Gabo nos legó una obra y con ella una narrativa frustrante. La de un pueblo al que todo le sale mal. Un país de estirpes condenadas a siglos de soledad, de generales incapaces de salir de sus laberintos y de coroneles sin quién les escriba; con abuelas desalmadas y putas tristes, a pesar de ser mujeres de ‘vida alegre’. En el cual las muertes se anuncian y ni así logran evitarse. Un país de náufragos y de ahogados, con pestes y epidemias. Un pueblo de mujeres cuerdas, aun cuando vivan en un manicomio, sentenciadas a criar solas los hijos, pues los padres los olvidan incluso antes de nacer.
Desde hace unos años lo vengo pensando, si aspiramos cambiar a Colombia necesitamos superar esa narrativa fatalista de nuestra historia, no evocarla ni reforzarla, y comenzar a tejer otra de realizaciones. Al fin y al cabo, la felicidad es una manera de viajar y no un destino. Se puede ‘vivir sabroso’, con victorias y derrotas, tal y cuál es la vida misma, sin condenas ni pérdidas preestablecidas, ni maldiciones bíblicas a las cuales escapar es imposible.
Quizás las niñas (o mejor, jovencitas, para no incomodar a ciertas feministas), que hoy se enfrentarán a España en una final mundial de fútbol, no lo sepan, pero con su alegría, optimismo y picardía están escribiendo páginas de una narrativa totalmente opuesta a la de Aureliano Buendía y todo el imaginario derrotista del universo garciamarquiano. Ellas van a salir a ganar. Como lo hicieron frente a Nigeria, sin desmoralizarse por haber errado un tiro penal. Luisa Agudelo, Linda Caicedo, María Camila Correa, Stefanía Perlaza, Laura Daniela Garavito y todas las demás saltarán a la cancha sin complejos ni timideces, son mujeres dispuestas a dejarse la piel en el terreno, quieren escribir y hacer historia. Como la está escribiendo Diana Trujillo en la Nasa, y otras tantas y tantos jóvenes. Pueden perder, claro, pueden perder, de hecho, ya perdieron su anterior partido frente a España, quizás por eso ahora saldrán “a por todas”. Cobrarán caro esa derrota.
Estas mariposas amarillas van a volar desde la India para anunciarnos no amores imposibles y pasiones prohibidas. Van a convertirse en el símbolo de la esperanza, del optimismo, del trabajo y de la disciplina. A algunas de ellas no les han terminado de crecer las tetas, y no las necesitan para estar en el paraíso, ni tampoco sábanas blancas para ascender al cielo, pues no tienen nada de qué avergonzarse. Están haciendo literatura con la cabeza y con los pies. Son bellas y no buscan milagros, pertenecen a una nueva estirpe alejada de la fatalidad, y estaré con ellas sea cual sea el resultado. Son un sentimiento, no solo un equipo de fútbol.
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