La guerra de los sesenta años

Guillermo Pérez Flórez

El presidente Gustavo Petro ha decidido jugársela por la paz total, como él la denomina. Es una apuesta arriesgada en términos de capital político, pues tiene mucho que perder y poco que ganar. Me explico.
PUBLICIDAD

Después de casi sesenta años, el país se ha acostumbrado a esa guerra, puede convivir con ella, pareciera resignado a que es solo una más de nuestras muchas anormalidades. De manera que le da un poco igual la guerra que la paz. Esa parece ser la lectura generalizada. Basta ver la displicencia y el desinterés que muestran algunos sectores políticos y económicos por el asunto.

El Eln nació en 1964, en plena guerra fría. Una utopía de universitarios que soñaba con imitar a Fidel Castro y al Che Guevara. Querían hacer una revolución, como estaba de moda. De esa época a ésta, ha corrido mucha agua debajo de los puentes, y más que agua, sangre. En este conflicto han sacrificado la vida miles de jóvenes, algunos estudiantes y campesinos anónimos, y también personalidades conocidas, como el padre Camilo Torres, Ricardo Lara o Jaime Arenas. Camilo murió al poco tiempo de ingresar a la guerrilla en un enfrentamiento con el Ejército. Era un hombre sin experiencia ni formación militar y pese a ello fue enviado al campo de batalla. Lara, un estudiante de la UIS, duró más tiempo, casi nueve años. No murió a manos del Ejército sino de antiguos compañeros. Lo asesinaron en la puerta de su casa en ‘Barranca’. A Arenas, por su parte, un avezado líder estudiantil que trabajó como asesor de Luis Carlos Galán en su paso por el ministerio de Educación, y que publicó un libro, ‘La guerrilla por dentro’, también lo mató el Eln. Ahora bien, estos trágicos episodios son solo la punta de un iceberg de vidas sacrificadas inútilmente, incluidos policías y soldados.  

El pasado 14 de octubre se cumplieron 120 años de la firma del tratado de Neerlandia, el primero de los grandes acuerdos que pusieron fin a la Guerra de los Mil días, junto con los de Wisconsin y Chinácota. Dichos tratados fueron producto de la sensatez y del sentido de humanidad del jefe liberal Rafael Uribe Uribe, quien se avino a pactar la paz ante la razonada convicción de que no iba a ganar la guerra, no obstante que las fuerzas liberales al mando del general Benjamín Herrera estaban triunfando en Panamá. Así, los liberales decidieron poner fin al desangre. Una lección que debería servir de espejo al Eln para no persistir en una guerra inútil. Debe tomar la decisión de irse definitivamente de ella, renunciar a las armas y desistir de la pretensión de hacer una revolución en la mesa de negociaciones. No se le pide una rendición, solo sensatez.

Hay que hacer la paz con esta guerrilla y cerrar ese largo y sangriento capítulo de la historia colombiana. Hace bien Petro en tender la mano, el país todo debería acompañar ese esfuerzo, sin mezquindad política, como lo está haciendo la comunidad internacional con Brasil, Cuba, Chile, México, Noruega y Venezuela como garantes, y Naciones Unidas y la Iglesia Católica como acompañantes. La paz con el Eln puede contribuir a la normalización del país y a fortalecer la democracia territorial, acosada por la corrupción y la politiquería, y secuestrada por los famosos y antidemocráticos avales partidistas que limitan la participación ciudadana. A Colombia hay que reconstruirla de abajo para arriba, el Eln lo sabe. Ha llegado la hora de ponerle fin a la guerra de los sesenta años y caminar hacia la paz total. 

 

GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ

Comentarios