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Jodida la vaina pero estamos condenados a morir como pendejos esperando la aparición de políticos honestos que dejen obras y no expedientes que se archiven en la comisión de acusaciones del congreso y la procuraduría. Obras como las canchas deportivas, el acueducto alterno, las vías de la ciudad, la concha acústica, el parque del centenario, volver folclórico una carrera de motos con muertos incluidos, desfiles sin comparsas mucho hicopor y muestrario de voluptuosidades, cuentas de viáticos no divulgadas. No invitaron a los funerales de la corporación del festival folclórico pero lo celebramos con néctar y no con tapa roja.
El rumbonazo está como preámbulo para la fiesta electorera que arranca con las elecciones de alcaldes y en Ibagué sobran candidatos. Unos aparecen con billetes y otros con expedientes. Unos con formación y varios analfabestias y no puede faltar el chiste del que disque prometió llevar 3 parlamentarios por el nuevo liberalismo, pero solo sacó tres votos y ahora se lanza para la alcaldía para poder ser testigo del triunfo de quien tiene, de lejos, el mejor trabajo sobre el medio ambiente (Cajamarca y Piedras) como es Renzo García.
Pero dejemos a un lado el tema de la política para enorgullecernos con la obra del Poeta Grande del Tolima Nelson Romero Guzmán, nacido en Ataco y actualmente docente de la U.T, quien ha sido ganador de Premios Nacionales e Internacionales de Poesía, como el Fernando Mejía Mejía de la Universidad de Antioquia, del Instituto Distrital de Cultura y Turismo de Bogotá, Premio Internacional de Poesía Casa de las Américas y Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Cultura.
Dice así uno de sus poemas titulado. “Esta mañana Vi el amor”.
“Esta mañana vi el amor.
Eran dos turpiales encendidos sobre la rama más alta del Pino en plena vía pública.
Se picoteaban, se arrancaban la carne, se frotaban amarillos pecho a pecho.
Por el canto entrecortado se sabía todo.
Nada los espantaba, ni el ruido de la moto sierra que se encendía para derribar el Pino,
Ni el sol cortante de la mañana, ni el grito del que rompía la calle vendiendo los espejos.
El árbol caía y ellos volaron a horizontes contrarios, cada cual a su lejanía”.
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