La chambonería que caracteriza en Colombia la operación de sistemas públicos como el de transporte, la adjudicación de obras o la ejecución de las mismas es algo que debería tener en permanente estado de alerta a las universidades en todo el país, porque sus egresados están saliendo muy defectuosos y les imponen al público y a los inversionistas costos que no son razonables. Por ejemplo, los usuarios del sistema de transporte público en Bogotá tuvieron que soportar durante meses que la tarjeta electrónica que les servía para ingresar a unas no la podían utilizar en otras. Cuando comenzaron a circular los buses azules del sistema integrado de transporte (SIPT), que todavía deambulan por la ciudad medio vacíos, la gente no sabía para donde iban los vehículos, ni dónde podía comprar una tercera tarjeta para usarlos. Hace poco por fin lograron que las tarjetas las pudieran utilizar en cualquiera de las rutas.
Durante todo el tiempo anterior a esta solución me preguntaba si no habría en Colombia un ingeniero de sistemas que resolviera ese problema. La demora debió causarles a los usuarios costos incalculables, y pérdidas de oportunidad para el sistema por el combustible y el lucro cesante de todos esos buses que circulaban vacíos y con las luces encendidas, generándoles a los contribuyentes de Bogotá costos significativos e imponiendo una carga innecesaria de tráfico en las vías de la ciudad.
Cuando uno se para en cualquiera de las terminales del Transmilenio se pregunta por qué no habrá algún grupo de expertos o estudiantes de ingeniería industrial aplicando lo que saben de “teoría de colas”. No sé cuánto tiempo se ahorraría si los pasajeros pudieran cargar la tarjeta de ingreso al sistema de transporte en los cajeros automáticos, o si la pudieran adquirir en cualquier tienda y en los puestos callejeros de venta de dulces y cigarrillos, pero si lo hicieran, seguramente serían menores las colas y no tanta la chichonera.
Si se piensa en un sistema de trasbordo de tal manera que el pasajero que está en cualquier estación pueda montarse en cualquiera de los buses que pasen sin tener que esperar el que vaya para su destino final, se baje más adelante, camine por la calle hasta la estación del tramo que va para donde quiere y no le cobran el ingreso a esa estación, no tiene que esperar en la estación de origen minutos sino segundos. Las filas comenzarían a desaparecer. Resolver esto es cuestión de ingeniería industrial, de sistemas y de echarle cabeza al problema.
Las estaciones y los puentes de acceso no fueron pensados originalmente para acomodar tantos pasajeros pero si se pueden tomar medidas para descongestionarlas, habilitar mejor los espacios disponibles o para controlar las filas y hacerles menos ingrata la experiencia a los pasajeros. Es inconcebible además que los diseñadores no hayan pensado en seguridad. Unos delincuentes pueden asaltar un bus, desplumar a todos los pasajeros, obligar a que el conductor los lleve para donde quieren y bajarse allí como si fueran usuarios inocentes, y las autoridades no se enteran.
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