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Leer a Ricardo Silva Romero en El libro del duelo, nos puede generar emociones profundas que muchas veces nos acercan a las lágrimas. En un formato de novela, el autor nos aclara reiteradamente que esto que narra es la pura verdad. Si bien es cierto el escritor puede concederse algunas licencias literarias, todo se construye con base en entrevistas e información existente en redes y en la prensa.
La historia verídica es la de un padre, Raúl Carvajal, quien recibe un golpe artero y brutal al enterarse de que su hijo, un cabo del ejército de Colombia acaba de ser asesinado en confusas circunstancias (aparentemente muerto en un combate contra la guerrilla). La vida les da un vuelco a él y a su familia porque al averiguar por las mismas, hay una cantidad de contradicciones entre los mandos de las fuerzas armadas que llevan a que el padre y su familia piensen que fue asesinado por sus propios compañeros militares.
En el texto hay muchas reflexiones que dejan al lector pensando alrededor del encubrimiento de un crimen a un militar honesto que no quiso participar en el asesinato de jóvenes inocentes acusados de guerrilleros en el tristemente célebre fenómeno de los falsos positivos. Toda la indagación de don Raúl apuntaba a que su hijo no había caído en combate porque el combate jamás ocurrió.
Desde ese momento ese padre emprende una cruzada de denuncia de este crimen de estado en el cual se vieron involucrados dos presidentes y una política que estimulaba las bajas del enemigo o en sus propias filas como en este caso si no participaban en esta macabra práctica.
El dolor del padre hizo que don Raúl en su propósito de denuncia atravesara el país, de Montería a Bogotá con el cadáver de su hijo entre el camión con el que se ganaba la vida. En este país enseñado a la violencia, nada es fácil, aquí se rompe el corazón y se roba el alma. Las grandes mayorías ignoran o prefieren ignorar las ignominias que se cometen.
Esta historia que nos lleva de la mano de los 15 años de lucha por la verdad de este doloroso suceso nos presenta las golpizas que vivió, el acoso, humillaciones y tensiones alrededor de la seguridad de él mismo y su familia. Su expresión recurrente fue:” yo no quiero lástima, sino justicia”.
Ahora que se reactiva el conflicto armado en nuestro país nuevamente, debemos entender que esta guerra es un monólogo sangriento que nadie debería reivindicar, por ello la imperativa necesidad de retomar la oportunidad que nos brinda una paz negociada con algunos actores armados y el sometimiento de las bandas criminales. Solo el camino hacia el entendimiento y la concordia, por difícil que sea su consecución, debe ser la premisa de los colombianos.
El horror de la historia de este texto nunca más debe repetirse en nuestro hermoso país.
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