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Sobre una lectura puede haber tantas interpretaciones como lectores. Los comentaristas de las nuevas publicaciones literarias construyen reseñas con su manera particular de analizar la obra, muchas veces destacándola o demoliéndola con la crítica. Así suele suceder con cualquier escritor que somete lo escrito al escrutinio público.
Mario Mendoza, escritor bogotano de una prolífica producción literaria acaba de presentar su nueva novela: Los Vagabundos de Dios, un libro de 389 páginas. Desde su lanzamiento los comentaristas se han ocupado de hacer el análisis y sus interpretaciones de la misma. Escuchando al mismo autor, cuando habla de esta producción insiste en el componente psicológico presente en el texto, refiere que el personaje protagonista producto de la pandemia y el encierro se ve empujado a un descenso a los infiernos, luego la inmersión nuevamente a esa lúgubre ciudad de Bogotá, sus socavones, su miseria y el resurgir cuando se asume un nuevo comportamiento. Sobre por qué Bogotá es el escenario de sus historias, siempre responde que la ciudad latinoamericana es el nuevo arquetipo para el desenvolvimiento de las narraciones contemporáneas por todo el contexto que ofrece.
Leer los Vagabundos de Dios tiene plurales interpretaciones que enfatizan en otros aspectos, uno de ellos es el componente político. A través de sus personajes Mendoza se despacha contra nuestra clase política a la cual considera mafiosa y corrupta, algo que está en la mesa de discusión actualmente con todos los escándalos que diariamente irrumpen en el país. Presenta a nuestra élites como arribistas, excluyentes, racistas e ignorantes, solo preocupadas por su acumulación sin recato ético alguno por las alianzas no santas que deban hacer.
Es demoledor con el culto al ego y la megalomanía. Refiere la imbecilidad de los adictos a las redes sociales y su manía por la acumulación de likes. Viven obsesionados con la aprobación de los demás porque siempre están preocupados en ser ellos, en primera persona del singular: yo. Sobre este particular termina en su reflexión de: “…la única oposición que tenemos a este discurso de megalómanos enfermizos es la dulce humildad predicada por ciertas religiones, y entre ellas, el cristianismo ocupa un lugar preponderante”.
La novela está cruzada por la violencia. La ocurrida en el estallido social donde el Estado fue el primer violador de los derechos humanos y eso narra el autor cuando menciona la brutalidad al enfrentar a un grupo cristiano al que tilda de peligroso y terrorista.
Sobre la ciudad que recorre en toda su geografìa, especialmente en esos espacios lúgubres, esos socavones que no son visibilizados con asiduidad, el autor habla de la nostalgia que lleva por dentro cuando la refiere pues la define como: “…el purgatorio en la tierra, el territorio de la melancolía y el olvido, la ruta peligrosa, sin pavimentar, difícil, donde no hay piedad ni conmiseración y donde la víctima se muere siempre ensangrentada y dando alaridos de terror. La zona sagrada donde Dios juega a las escondidas con nosotros…”.
Los Vagabundos de Dios nos ofrece ese viaje de descenso, inmersión y transformación. Intenta ser esa luz en la oscuridad ahora que en palabras del autor nos acercamos inexorablemente al desastre, dónde: “…después de la pandemia, se ha producido un desplazamiento de lo real hasta desaparecer toda frontera, toda señalización? Y remata con esta pregunta a todas luces intrigante: “¿Es la cordura una medida del pasado?”
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