Cuenta de servilleta

Indalecio Dangond

Esta semana se celebró en Villavicencio, un encuentro de empresarios con expertos e investigadores brasileros y argentinos, en cultivos de soya, para analizar alternativas de inversión en la altillanura y otras regiones del país. 
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Para ponerlos en contexto. En Colombia, se producen alrededor de 73 millones de toneladas de alimentos e importamos aproximadamente 14 millones de toneladas, por un valor aproximado a los 9 mil millones de dólares anuales. De estas importaciones de alimentos, 8 millones de toneladas están concentradas en maíz (6 millones), torta de soya (1.5 millones) y frijol Soya  (500 mil), las cuales se requieren para atender la demanda de la industria de alimentos balanceados para la producción de millones de toneladas de carne de pollo, cerdo, bovino y peces.

Para impulsar la siembra de estos cultivos de manera competitiva (alrededor de un millón de hectáreas), los empresarios del campo están requiriendo del Estado, una política pública de fomento e incentivos a la investigación y transferencia de tecnologías, distritos de riego, mecanización de cultivos, adecuación de tierras, vías de acceso a zonas de producción e infraestructura de secamiento y almacenamiento. Fue exactamente lo que hicieron los gobiernos de Brasil, EE.UU., Paraguay, Canadá, Argentina y Uruguay, los seis países de mayor exportación de soya en el mundo. 

Lamentablemente, ninguno de los directivos de las entidades que tienen la responsabilidad de impulsar estos importantes proyectos agrícolas, como el ICA, Agrosavia, ADR, UPRA y Banco Agrario, estuvo en el evento. Ese es el eterno problema de nuestro sector agropecuario. La mayoría de los funcionarios públicos desperdician la mayor parte de su tiempo en el PowerPoint, foros, medios de comunicación y redes sociales, anunciando programas de ayudas distantes de la realidad del campo. El famoso economista estadounidense, Milton Friedman, decía: “Copien lo que los países ricos hicieron para hacerse ricos, no copien lo que hacen ahora que ya son ricos”. 

En la agricultura todo está inventado. Los cultivos, al igual que los seres humanos, necesitan unas condiciones climáticas para ser productivos. Acá, por ejemplo, cuesta trabajo conseguir información sobre la humedad relativa, luminosidad, temperatura, precipitación y tipo de suelo, de una zona rural, para poder tomar la decisión de qué y cuándo sembrar. Tampoco existe un programa de acceso ágil a semillas con alto rendimiento ni un sistema de transferencia de conocimientos y capacitación en buenas prácticas agrícolas para productores del campo. El sistema nacional de crédito agropecuario, es ineficiente, costoso y de complicado acceso por la excesiva normatividad que lo rige. Es más fácil y barato, conseguir un crédito para comprar una casa o un vehículo de lujo, que para producir alimentos o comprar un tractor. Por estas razones es que llevamos más de dos décadas que no crecemos en área ni en productividad. 

En Colombia, los importantes logros alcanzados en la agricultura y la ganadería, han ocurrido como consecuencia del empuje de empresarios visionarios. Si el gobierno nacional y los gobernadores, concentran sus presupuestos en estos programas de inversión y financiamiento agrícola, los empresarios se encargan del desarrollo económico y social de las regiones. Es como una cuenta de servilleta.

 

 

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