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Un hombre del ayer, del hoy y del mañana, informado como el que más en cuanto lector impenitente y preocupado por la suerte económica del país en general y de la industria cafetera en particular, consciente de que “Colombia es café o no es”, como en afortunada frase que permanece vigente hoy, lo sentenciara de antaño el inolvidable repentista antioqueño, “Ñito” Restrepo.
Y es que conocí a Palacio Rudas a la distancia, en los tiempos en que yo aún era un estudiante de Derecho en la Universidad Externado de Colombia, cuando fue invitado por aquella casa de estudios a pronunciar una conferencia sobre el futuro económico del país, y años más tarde, tuve la oportunidad de ratificar aquel primer conocimiento y mi admiración por su docto talento, cuando me convertí por varios lustros, en reiterado contertulio suyo y ocasional invitado a su residencia-biblioteca, en virtud de haber llegado yo como miembro principal del Comité Departamental de Cafeteros del Tolima y luego pasar a presidirlo, honor que me fue dispensado por sugerencia suya y de otro ilustre geronte regional, Rafael Parga Cortés, representantes a la sazón del Tolima ante el Comité Nacional del grano.
Y allí y desde entonces lo califiqué como un irrepetible ser humano, culto y permanentemente informado, sin que ello le afectara su sencillez, simpatía y calidez, expresadas a través de su inteligente y ameno diálogo, siempre salpicado de anécdotas vinculadas a su tránsito activo por la política y su protagonismo en el mundo del café y la ciencia de la “crematística” en el sentido aristotélico que esta tiene.
Y pude entender plenamente su condición de “hermano mayor” de aquella inefable “cofradía” que virtualmente fundara desde sus hebdomadarias columnas del diario “El Espectador” de aquellos “que no tragaban entero”, pues su amplia versación en los más diversos temas, el conocimiento del país, de su economía y de sus gentes, sobre todo de su dirigencia, hicieron de él un perfecto “escéptico” e “iconoclasta” en el mejor sentido de cada uno de estos vocablos.
Como tal y desde entonces, Palacio abogó por la supresión de los varios ceros a la derecha de nuestro peso como medio para impedir que estos contribuyeran a jalonar psicológicamente la inflación, incrementando así mismo los costos de emisión, los administrativos y los de transacción, como vienen haciéndolo en términos de apreciación del aumento general de precios al consumidor, lesionando obviamente con ello a la población, sobre todo en sus estratos más bajos, consejo que hoy adquiere plena actualidad al rebozar la divisa norteamericana la franja de los cuatro mil pesos ($4.000,oo TRM).
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