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Cual recurrente episodio de “la peste del olvido” como el que, García Márquez, narra, azotó a Macondo, a manera de un eficaz medio de defensa que ayuda a evitar, que la cruel realidad en la que por años sin cuenta venimos inmersos, nos apabulle, angustie hasta el hastío, y nos cause irremediable daño.
Porque de mucho tiempo atrás, hemos tenido mil y una razones iguales a las que hoy nos asisten para pronunciarnos masivamente contra toda suerte de la criminal violencia que nos azota, y no cejar en la protesta, hasta cuando los violentos desistan de sus propósitos, llámense Eln, Farc, M-19, Primera Línea o como quiera que se llamen, pero haciéndolo todos unidos, “todos a una”, en forma colectiva orientada a “moverle el piso” de verdad a esa delincuencia, pero, ¡no lo hemos hecho!
Sin embargo, la tozuda realidad debe hacernos ver que las diversas expresiones de la criminalidad son muchas y el fundamentalismo político, generador de odio, violencia y dolor, las alimenta a todas, llevándonos a incurrir en la generalidad de las formas de perversidad conocidas e imaginadas expresiones de maldad.
Sin que haya que hacer mayor esfuerzo para identificar en aquellos, el summun de la barbarie en la actuación vandálica de la delincuencia, fundamentalmente bajo el fementido pretexto de la continuación de la búsqueda de uno de esos ilusorios paraísos del proletariado que ya claudicaron en todas las latitudes del orbe, y a los que no pueden seguir aspirando, los supérstites creyentes del mesiánico discurso de los años 60 del pasado siglo, que quieren devolver el reloj de la historia a etapas ya casi superadas por la humanidad, y la pluralidad de formas de delitos de lesa humanidad que inspira y financia el narcotráfico.
¿O acaso alguien puede querer que en nuestro suelo continúen el imperio del odio y la violencia, con sus crímenes y vejaciones sin cuento, esta vez amparados en el fanatismo que la izquierda le ha infligido a la humanidad en el mundo?
Y que sigan recayendo en forma indiscriminada y por igual sobre policías, militares y funcionarios de todo nivel, desde alcaldes hasta magistrados; población civil, rural o urbana; sobre hombres jóvenes o ancianos, mujeres o niños, humildes o no, y ahora sobre líderes y lideresas sociales.
Por tanto debemos rechazarlo votando contra eso y dándole valor a tal repulsa como la altisonante expresión de una rabia contenida, en procura de lograr el objetivo de la cesación total de la violencia.
En protesta que expandida y diseminada alcance la mayoría en las urnas hacia una verdadera paz.
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