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En medio de una vocinglera y cada vez más apasionada turba, acicateada por el odio de clases, en análogas circunstancias a las que llevaron a la vecina república al desleimiento social y económico que hoy presenta luego de 30 años cumplidos el 4 de febrero recientemente pasado de mal gobierno, que ha llevado al éxodo a varios millones de sus gobernados.
Una turbamulta, atraída por la promesa de la conversión de su dura existencia actual, a la irrealidad del mitológico país “de Jauja”, del cual tanto se hablaba en la edad media: ese idílico sitio en donde no era necesario trabajar para obtenerlo todo, hasta la abundancia de alimento, pues los que allí habitaban vivían entre ríos de leche, vino y montañas de pan, y con la posibilidad de que se les realizaran todos sus deseos con solo pedirlos.
Quimera con la que hoy, el inefable candidato, pretende mimetizar el verdadero drama económico que aflige a la vecina república, hacia el cual quiere conducirnos y que tendremos que enfrentar si electoralmente permitimos su triunfo cuando cese el toque de la última trompeta de la artificiosa fanfarria con la que nos está “convocando al cambio”.
Y es que lo sucedido en Venezuela, es lo de un país venido a menos por no haber abierto los ojos y los oídos a tiempo antes del desatre, conducido hasta la millonaria merma de barriles de su producción petrolera en manos de una deteriorada e ineficiente empresa estatizada; un aparato de producción al borde de la desaparición por falta de inversión; sin gota de ciencia ni tecnología por ausencia del talento que la abandonó; con carencia de fuentes de abastecimiento ante un agro improductivo y agobiado por el desestímulo de la intervención de la propiedad privada individual; una incalculable deuda externa que sobrepasa los varios billones de dólares; un monstruoso déficit fiscal; una inmanejable circunstancia cambiaria que negocia un dólar negro cuyo precio rebasa por mucho al oficial, y “la mayor inflación del mundo” aun en crecimiento, todo ello manejado por una burocracia incompetente, politizada y por sobretodo corrupta.
Consecuencia de años de derroche y despilfarro de una irrepetible bonanza, durante los cuales no se invirtió ni en infraestructura vial, ni energética, ni industrial, ni en desenvolvimiento agropecuario, ni en formación científica de su gente, ni en nada de nada que no fueran, millonarios fraudes y el improvisado intercambio con Cuba de médicos de deficiente formación académica por petróleo.
Todo ello alimentado, por el atraso y la pobreza de un pueblo carente de rumbo político claro, proclive a sentirse atraído por los demagógicos cantos y vacuas prédicas de populistas vendedores de ilusiones, falsos profetas y violentos conductores de un movimientos de corte autocrático y mesiánico, como el que hoy nos ofrece a Colombia y a renglón seguido el exguerrillero Petro.
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