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Con lo cual cobra vigencia lo dicho por el italiano Umberto Eco, años atrás, en el Congreso sobre el concepto de “Intervención Internacional” llevado a cabo en la Sorbona bajo la égida de la Academia Universal de las Culturas, respecto de la inutilidad de conflictos como ese, hoy: “...es un tema sobre el cual resulta harto difícil pronunciarse, porque pareciera que quien lo hace, habla en favor de la injusticia que aquel aspira a solucionar, a lo que se agrega que quienes escuchan desconocen u olvidan que la guerra, cualquiera que ella sea y sin que importe donde se desenvuelva, hoy es “un arma desgastada”, puesto que la guerra de ahora, así no lo quieran los combatientes, corresponde al concepto de “neo-guerra”, esquema bien distinto por cierto del “paleo-guerra”, “guerra combatida”, o “guerra tradicional”, la cual tenía como objetivo prioritario, la aniquilación final del enemigo y el triunfo total del vencedor, quien con ello aspiraba a alcanzar un beneficio”.
Esto porque las condiciones en las que se realizaba la guerra antigua, entraron en crisis total por virtud de los medios masivos de comunicación, al punto en que cada beligerante tiene hoy al enemigo instalado en su propia casa y en su retaguardia haciéndole propaganda a los suyos y/o manifestándose en su contra, con flujos de comunicación imparables que informan minuto a minuto lo sucedido, tanto a los combatientes como a la opinión en general.
Y porque las finalidades que se buscaban en la “guerra combatida”, en tanto en cuanto contribuían al éxito bélico, tales como ocultarle al enemigo su verdadera fuerza, sus reales intenciones, o la irrestricta y generalizada solidaridad del frente interno, -así hoy lo ignore Putin en su soberbia-, son hoy imposibles.
Sin que les sea dable evitarlo a los que luchan, pues aun cuando intenten amordazar a los informadores, las nuevas tecnologías como los teléfonos móviles, los satélites espías, los drones, la televisión, las redes sociales o el internet, hacen transparente el campo de batalla, permitiendo ver en tiempo presente que movimientos realiza, donde se aposta y hasta que piensa cada combatiente.
Así que, mientras en el conflicto convencional el fin era destruir cuantos más enemigos fuese posible, en la neo-guerra la finalidad debe buscarse eliminando el menor número de contrarios que se pueda, ya que matando demasiados se incurre en la reprobación global, pues se registra de manera inmediata a través de los “mass media” o “medios de comunicación en masa”, haciendo de la muerte, no el acontecimiento lejano e impreciso de antes, sino una evidencia visual insostenible.
Por lo tanto en la neo-guerra cada bando se mueve bajo el signo del victimismo, mediante el cual pierde ante la opinión, el que mate demasiado, el que más fiereza demuestre y el que más destrucción y dolor cause, tal como le viene ocurriendo a Rusia hoy, obligándolo a buscar el armisticio como un imperativo para congraciarse con el generalizado sentir adverso, dado que ya ha sido desconceptuada por el público universal y aun por su propia gente, en virtud de su criminoso y deshumanizado accionar.
Así las cosas, ante esta nueva realidad se impone, no solo la humanización de las guerras, sino la búsqueda de soluciones y salidas concertadas del conflicto, de cara el colectivo sentir.
Soluciones que implican concertar, por efecto de la globalización, tanto a los opuestos que contienden, como a los que de una u otra manera sienten que la disputa afecta o va a afectar sus propios intereses, resultando así incorporados en ella los luchadores internacionales por la paz y los derechos humanos, los inversionistas internacionales, los consumidores mundiales, en suma la “aldea global” a la que, querámoslo o no, todos pertenecemos.
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