Hacia una auténtica “tolimensidad”

Manuel José Álvarez Didyme dôme

Los panópticos, construcciones cuya denominación proviene de los términos griegos, pan que quiere decir todo y opticón que significa observar, fueron centros carcelarios proyectados para que un solo vigilante o un reducido número de ellos, ocultos, pudieran observar los prisioneros, sin que estos se percataran de ello. Para lograr tal finalidad, la estructura de este tipo de edificaciones penitenciarias, no obstante, las diversas formas arquitectónicas adoptadas, -como la nuestra que optó por la de una cruz griega-, incorporaron en su diseño una torre de vigilancia en todo su centro con pleno dominio visual sobre la totalidad de las celdas y los alrededores.
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Las construcciones que responden a estos esquemas de hispano origen de los siglos XVII y XVIII y que testimonian su existencia, apenas si llegan a la docena y se hallan diseminadas por Suramérica y la península Ibérica, distribuidas así: dos en “la madre patria”: la Cárcel Modelo de Madrid y la Prisión Preventiva y Correccional de Badajoz, hoy Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo; tres en Argentina, dos de ellas en la ciudad de Buenos Aires: la Cárcel de Caseros y la Penitenciaría Nacional, hoy Parque Las Heras, y el Penal de Ushuaia en la sureña Provincia de Tierra del Fuego; dos en Colombia como son el recién refaccionado Panóptico de Ibagué y la de Bogotá, convertida en el actual Museo Nacional, y de a una en Ecuador; en México el Penal García Moreno; el Palacio de Lecumberri; en el Perú, la Penitenciaría de Lima;  la Prisión de La Rotunda, en Venezuela y la Penitenciaría San Pedro, en Bolivia.

Por tanto y como es fácil verlo, son obras escasas y de gran valor tanto histórico como arquitectónico, bien entre nosotros como en España, en cuanto fueron construcciones ejemplo de una nueva tecnología de observación, que luego trascendió al Ejército, a la educación y al ámbito fabril y que se ha querido preservar, dándole nuevo uso, como museo o como centro de interés regional.

Solo que debido a nuestra sempiterna indecisión y nuestra miopía para visualizar el desarrollo, demoramos más de lo necesario paras restaurarlo y aplicarnos a definir de una vez por todas su destino, que no puede ser otro que ver de convertirlo en “el Museo de Ibagué y del Tolima”, o sea el lugar dedicado a la preservación y el culto a la memoria de nuestra región, mediante la adquisición, conservación, estudio y exposición de documentos, artefactos, objetos artísticos, científicos o históricos y curiosidades sin fin, que puedan atraer el interés del público, con fines culturales y turísticos. Para la rememoración de nuestro ya lejano pasado indígena y de nuestras íberas raíces que se remontan a la fundación de Ibagué por Andrés López de Galarza en 1550 y de nuestra existencia institucional como Estado en abril de 1861, fecha en la que el general Tomás Cipriano de Mosquera, decretó la creación del Estado Soberano del Tolima, brindándole allí espacio al extraordinario Museo Antropológico de la Universidad del Tolima; a la colección de instrumentos musicales de Alfonso Viña, hoy de la Universidad de Ibagué, y a todo el conjunto de objetos propios de nuestro discurrir, al igual que a todo aquello que exalte nuestros ya desaparecidos valores en la música y por supuesto aquellos que han brillado en la literatura, o en el campo deportivo, enfatizando en aquellos que han sobresalido en ámbitos culturales tales como la política y la ciencia; el periodismo, el comercio; o la generación de empresa, así como en la docencia o el liderazgo cívico, el cultivo del café, del arroz, la ganadería , etc., etc...   

Todo ello con el fin de estimular la memoria de nuestras gentes y ofrecerles verdaderos paradigmas en cuanto creencias y valores, que estimulen la recordación de un pretérito que nos sirva de acicate para un mejor y más promisorio futuro y construir sobre él una auténtica “tolimensidad”.

MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME

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