¿Por qué y para qué votar?

Manuel José Álvarez Didyme dôme

De cara a toda elección, como la que está por sucederse en el día de hoy, vuelve la inefable aseveración que por años hemos escuchado: que las gentes de este tropical país, somos más pasionales que racionales al momento de tomar decisiones, lo cual se ejemplifica con el sinnúmero de desaciertos que la historia registra en la escogencia de quienes han orientado hasta hoy nuestro destino político, o cómo las invitaciones de carácter populista nos conmueven hasta conducirnos de manera fácil y equivocadamente a las urnas.
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Pero si bien esto es cierto en apariencia, la brevedad de tal diagnóstico, como toda simplificación, resulta incompleta, pues a nuestra fácil y cierta efervescencia, debe añadírsele, -sí de verdad se quiere entender la ligereza de juicio que muestra nuestra comunidad-, el bajo nivel educativo de gran parte de la población y su extremo grado de pobreza, circunstancias que la torna vulnerable al demagógico halago, y proclive a las facilistas y por tanto peligrosas ofertas de solución.

Así las cosas, quienes prometen ríos de leche y miel sin mayor esfuerzo o privación, con propuestas algunas ciertas y sensatas, pero otras, que si bien suenan atractivas son absurdas y peligrosas, como las del candidato Petro en la actual ocasión, tales como las emisiones primarias de dinero para repartir y financiar programas sociales; o la inmediata supresión de nuevas licencias para la explotación de hidrocarburos, reemplazándolas por la producción y exportación de aguacates Hass; o la sustitución de las EPS por médicos domiciliarios; o la transferencia de los dineros de los fondos de ahorro privado al estado, para la financiación del grueso de las pensiones; o la supresión de la independencia del Banco de la República en el manejo de la moneda y la inflación; o el incremento de los impuestos a la producción industrial y ponerles aranceles a algunos productos agrícolas e industriales, terminan por ganar el favor de tal segmento de población electora, contra aquellos que con objetividad invitan a recorrer el verdadero camino de esfuerzo y sacrificio para salir de las penurias y dificultades, el cual necesariamente está lleno de baches solo superables con trabajo y perseverante lucha.

Porque no es la oferta de apresuradas y por tanto irresponsables acciones de gobierno, –algunas obviamente que apuntan a evidentes falencias de indispensable solución-, las que deben atraer en primera instancia al ciudadano que vota, sino aquellas que se orientan a la sólida construcción de una sociedad más responsable, justa e igualitaria: las que prometan austeridad en el gasto, priorización de la inversión, salud y por sobre todo honestidad y educación: ¡sobretodo más honestidad y más educación!

¡Que vamos a hacer esto y aquello ! ¡que ahora si se van a hacer las obras que requerimos! ¿pero cómo, si se carece de lo indispensable para lograrlo? Si no tenemos riqueza, pues esta nace de la cultura del trabajo y el ahorro, valores poco arraigados entre nosotros, porque no nos hemos dedicado a enseñarlos y aprehenderlos; ¿o será que se está pensando hacerlo mediante las expropiaciones y estatizaciones de lo privado, como lo esperan los izquierdosos y lo ofertan los promeseros de paraísos, amenazando con echar por tierra la estantería macroeconómica y estructural del país, como sucedió en la vecina Venezuela?

Los electores que hoy, bajo la forma de pequeños o grandes propietarios de bienes de carácter privado; los ganaderos, al igual que los empresarios de todo los tamaños; los constructores; los pensionados o los potenciales estudiantes afectados por la baja cobertura y la mala calidad de la educación pública, o los ciudadanos del común por la falta de justicia y violencia generalizada; el desorden urbano, la precariedad del empleo, la ausencia de sitios de recreación comunitaria, etc., deben desoír a los personeros de la izquierda tradicional, sempiternos ofertantes de ilusorios nirvanas, máxime si estos han dado ya muestras de incompetencia administrativa como en la Alcaldía de Bogotá, y rechazar, para dar paso a quienes de manera prudente y sin arrogancia quieren trabajar por su país, ciertos que su acción y sus obras terminan hablando por ellos.

Y los de siempre, los apáticos, los despreocupados, los indolentes, los perezosos y aquellos que creen que su aporte electoral no es necesario, que no advierten que el voto es una obligación para con el país, la sociedad y la familia, si de verdad aspiran a mejorar el futuro, y el medio por excelencia sin sufragar no podrán "estar de acuerdo con uno mismo", como bien lo señaló en su tiempo el ex presidente galo François Mitterrand.

 

MANUEL JOSÉ ÁLVAREZ DIDYME

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