¿Qué pasa con Ibagué?

Manuel José Álvarez Didyme dôme

“No es una bella ciudad nuestra Ibagué, como no son generalmente bellas las mujeres que despiertan las más hondas y tenaces devociones", decía Juan Lozano y Lozano por allá en los años de 1935, refiriéndose a nuestra capital, desde las páginas de la desaparecida Revista Arte.
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Y de entonces a hoy poco han cambiado las cosas, no obstante los escasos y aislados esfuerzos por mejorarle ese incoherente aspecto "entre el atraso y el festinamiento..." que presenta hoy, y con el que hemos terminado por conformarnos a fuerza de transitar diariamente por sus menguados rincones y callejas.

 

Pues sus parques, otrora dotados del idílico encanto del pasado, devinieron en impersonales áreas por obra de la sucesiva "modernización" a los que, con nuestra tácita aceptación, los sometieron algunos de sus "progresistas" gobernantes de chabacana visión. Y el espacio público, otrora más amplio y generoso, ha ido siendo reducido con la venia de los Curadores Urbanos en las recientes urbanizaciones, que diseminadas por doquier, se levantan carentes de zonas de aparcamiento, recreación o esparcimiento, de forma tal que los estrechos y deteriorados andenes van siendo invadidos por carros y motos, en tanto las vías se convierten en improvisados campos deportivos o centros de reunión de las muchachadas.

 

Y la piqueta "modernizadora" continúa dando al traste con el poco patrimonio urbano que restaba: como lo corroboran,-con nostalgia por supuesto-, lo sucedido con el edificio del Banco de Bogotá, el antiguo claustro de San Simón, la añeja Gobernación o la vieja estación del ferrocarril.

Para irlo sustituyendo por edificaciones totalmente desasistidas del lumen de "las siete lámparas de la arquitectura", pues con contadas excepciones, más parecen impostados recursos de utilería, que construcciones hechas con respeto por nuestro paisaje y en consideración de la cuasi tropical característica de nuestra urbe.

Y eso sin reflexionar sobre el deterioro de su rio, sus vegas, sus montañas circundantes y el estado de negligente abandono en que se encuentran sus árboles, víctimas del poco afecto que por ellos experimentamos los Ibaguereños, no obstante que a ellos recurrimos cuando queremos mostrar la cara amable de la ciudad, con los florecidos ocobos, o los hermosos y míticos acacios y samanes, destacándolos como insignias, al igual como lo hacen en Tokio y Washington con sus cerezos en flor, con lo que se está vendiendo la mentirosa especie de que los hijos de esta tierra de verdad la amamos y cuidamos, cuando lo cierto es que por doquier se deteriora y descaece por la incuria de sus autoridades, como lo recientemente sucedido con las ramas caídas por deterioro en predios del Parque Centenario o en la Avenida Ambalá.        

Sin que hagamos nada para evitarlo: ni usted, ni yo, ni el Concejo Municipal, ni la comunidad a través de sus diversos estamentos, pues una entusiasta convocatoria a la ciudadanía a preservar y mejorar lo propio, potencializada con el concurso de las universidades, las escuelas, los colegios, los sindicatos, los medios y las asociaciones que se hacen llamar cívicas, sería una buena gestión de los rectores del municipio.

Un plan de reforestación urbana en concierto con la Universidad del Tolima a través de sus facultades de Ingeniería Forestal y Agronomía, reconciliaría a sus gobernantes y encargados del mantenimiento y recuperación de nuestros recursos naturales, con una comunidad que hasta hoy no ha visto acción alguna de verdadera eficacia al efecto.

   

Manuel José Álvarez Didyme-dôme

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