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Al efecto, bastaría mirar cómo desde los primeros momentos de nuestra vida republicana en la que fungió como tal, Francisco de Paula Santander y hasta nuestros días, la figura del vicepresidente ha operado como factor de perturbación en el discurrir político del país y le ha traído a este, más problemas que soluciones, dado que los que han alcanzado tal dignidad, han llegado a ella como resultado de coyunturales componendas de simple mecánica electoral y no por razones de identidad doctrinaria y programática.
Ante lo cual más que coincidencias, de estos absurdos hermanamientos temporales brotan contenidas frustraciones y aplazadas ambiciones, alimentadas por la proximidad al poder que llegan a tener estos personajes en cuanto eventuales mandatarios, como lo evidencian las varias conspiraciones contra los gobernantes, incubadas por sus vicepresidentes.
No obstante y para acentuar su carácter disfuncional y perturbador, la Constitución del 91 apenas si le señaló difusas funciones al vicepresidente, dejando que el Presidente de turno las asignara a su gusto, tal como ha ocurrido en la hora presente en la que Petro designó a Francia Elena Márquez Mina como “Ministra, para que lidere políticas públicas de igualdad de género y protección de los Derechos Humanos en el territorio nacional, sin importar el paralelismo que con ello se ha creado con varias reparticiones estatales que de antaño tienen a su cargo el cumplimiento de esas mismas tareas, y sin advertir si la vicepresidenta posee o no la competencia necesaria para desempeñarlas con la eficiencia necesaria.
De lo cual solo pueden surgir pugnas entre el presidente y ella, mismas que han dado origen a multiplicidad de comentarios como aquel de quien pregunta a sus vecinos: ¿Se han sentado ustedes siquiera un minuto a pensar qué pasaría si la muerte de Petro fuera la noticia del día en el diario que ustedes compran o reciben regularmente, o en los extras que ofrecen los noticieros de radio y televisión cuando algún evento extraordinario sucede?
Pues nada más y nada menos que Francia Márquez, -poco parecida a Petro y más semejante o “semejanta” a Chávez, Maduro, Daniel Ortega o Pedro Castillo con todo y sombrero-, entraría al salón de la historia patria como la nueva y primera mandataria de la Nación; se sentaría en el solio del libertador Bolívar y orientaría el país con su confuso discurso de contenido seudomarxista y de militante del Polo en aparente uso de buen retiro, todo esto gracias a los votos que unos cuantos miles de colombianos, depositaron, sin sopesar la fórmula vicepresidencial que se les ofrecía.
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