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Es así, como aquí y ahora, los habitantes de esta musical villa, venimos observando, entre el asombro y la desesperanza, el paulatino deterioro que está sufriendo la paradigmática construcción, hito arquitectónico nacional, puesta hoy en las negligentes manos de la secretaria municipal de Cultura, Turismo y Comercio, arriesgando su valía, dado que dicha funcionaria, al igual que su jefe, el alcalde Hurtado, de seguro la ignoran, tal como sucedió tiempo atrás con la estación del Ferrocarril, destacada muestra del arte republicano, tumbada impunemente por la pica oficial que desconoció su significación tanto histórica como constructiva.
Al efecto, basta mirar como a una obra de tan cercana factura, la maleza le invade lentamente sus predios; como sus “espejos de agua” carecen de éste y se están llenando de tierra y desechos; al igual que los escalones que conducen a sus varios espacios de utilidad que ya presentan baldosas quebradas. En fin, dicha edificación se halla en estado de abandono absoluto, o como coloquialmente lo dijéramos , se encuentra “dejada de la mano de Dios”.
Un sino que viene determinando el paulatino decaimiento de todo lo que antaño se construyó en la ciudad como sus andenes, calles y zonas verdes, y algunos de sus parques como los del Centenario y Galarza, que reflejan hoy con pasmosa exactitud la capitis deminutio que está sufriendo Ibagué, de forma lenta y casi que imperceptible en cuanto la deficiente calidad de sus gobernantes convertidos con muy, pero muy escasas excepciones, apenas sí en simples espectadores del devenir local, luego de haber sido en el pasado no muy lejano líderes y constructores de un promisorio futuro.
Y es que estamos hablando de un edificio como pocos, reconstruido para dedicarlo a la rememoración de nuestro legado indígena y de nuestras íberas raíces que se remontan a la fundación de Ibagué por Andrés López de Galarza en 1550 y de nuestra existencia institucional como Estado soberano en abril de 1861, fecha en la que el general Tomás Cipriano de Mosquera, decretó la creación del Estado Soberano del Tolima con su capital en esta ciudad, lo que no ocurre con el Museo Antropológico de la Universidad del Tolima ni con la colección de instrumentos musicales del maestro Alfonso Viña, hoy en la Universidad de Ibagué, éstos sí bien conservados.
En suma de una construcción que responde a un valioso esquema de hispano origen de los siglos XVII y XVIII, que aún sobrevive en América Latina, que apenas alcanza la decena de obras diseminadas y distribuidas; una en Cuba, dos en México, una en Ecuador, una en Bolivia, una en Brasil, otra en Uruguay, una en Argentina y dos en Colombia, de las cuales solo las que se encuentran en nuestro país presentan la fisonomía cruciforme o de cruz griega: el actual Museo Nacional de Bogotá y el Panóptico de Ibagué, centros carcelarios, refaccionados para ser admirados como logros arquitectónicos y como museos.
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