¿Quién dijo que la democracia habilita a cualquier ignaro persone a aspirar a curul en los cuerpos legislativos, y que la formación, la capacidad y la honradez que se espera tengan los candidatos a cuerpos colegiados se puedan suplantar por dádivas y promesas remuneratorias hechas a un electorado ávido de solución a sus carencias?
Son ya tantos y tan generalizados los casos de corrupción político-administrativa que registra el país, que resulta difícil saber cuales de ellos deben mirarse con mayor atención y detenimiento, puesto que sus autores se hallan en todos los estratos y militando en la derecha, la izquierda o el centro, aún entre aquellos que dicen cimentar su imagen en la "anticorrupción" “la pulcritud” y "la transparencia".
Las principales debilidades de nuestra nobel democracia radican en la falta de la consolidación de una conciencia colectiva y en la flaqueza de memoria de una desarticulada población que se conmueve hasta los tuétanos, se mese los cabellos y gime ante los últimos acontecimientos violentos conocidos, pero que a los pocos minutos retorna a su cotidianidad, dejando hundido en el olvido aquello que la perturbó inmensamente, tal como si no hubiese sucedido.
Lo que para gran parte del mundo es constitutivo de malas noticias, para nosotros podría llegar a ser el anuncio de una esperanzadora circunstancia o una buena oportunidad, convertida en un apremiante llamado a hacer lo que por años hemos debido llevar a cabo y no lo hemos realizado.
Mientras el desempleo decrece en muchas de las regiones de Colombia presagiando el fin de la crisis y el inicio de un nuevo ciclo económico que al parecer y como empieza a advertirse será de recuperación, en predios de esta musical ciudad la tasa de desocupación urbana continúa impertérrita, sin que varíen los altos porcientos que presentaba en tiempos de la prepandemia, los cuales nos mantienen en el preocupante segundo lugar de desempleo, detrás de la empobrecida Quibdó, con un 18.91% y en el primer puesto en desempleo juvenil con un 29.5%, como lo registran los datos estadísticos del Dane en el cierre del año 2021 que recién culminó, siendo lo más grave, que no se advierte perspectiva de variación positiva alguna.
Viendo cómo crece y se incrementa “la feria de las apetencias” y leyendo y/o escuchando las diferentes opiniones de la mayoría de los aspirantes a representarnos en Cámara y Senado, se advierte la falta de programas que orienten nuestra circunstancia hacia “el empleo y la competitividad”, puesto que se continúa con los sempiternos lugares comunes invocados por los mismos personajes de siempre u otros de novel catadura y reciente figuración que pretenden reemplazarlos.
Gabriel Poveda Ramos, científico antioqueño de afectivas raíces tolimenses que se hunden en el centenario colegio de San Simón en esta musical ciudad en donde adelantó y culminó sus estudios secundarios y en donde contrajo nupcias, recientemente fallecido en Medellín, deja un significativo “legado de mil saberes” en el campo científico, económico y educativo, ya que fue sin lugar a dudas uno de los científicos nacionales contemporáneos más prolífico y activo, en cuanto pionero fundador de instituciones como “Colciencias” y programas académicos, de ciencia y profesionales, partícipe de los principales centros de decisión sobre política científica del país, profesor y formador de más de 3.000 estudiantes en sus 37 años de docencia universitaria en diversos centros de formación profesional en Colombia y el exterior, y uno de los artífices más activos de nuestra modernización de Colombia en materia de ciencia y adelanto tecnológico.
Desde los albores de la independencia el enfrentamiento de estas antagónicas concepciones sobre la forma de gobernar al naciente Estado, dio origen a las cruentas conflagraciones civiles que signaron casi todo el siglo XIX, como las acaecidas entre 1812 y 1816 durante el período bautizado en la historia como “la Patria Boba”, que solo concluyó, cuando los dos bandos contendientes , ante la inminencia de la reconquista del imperio, tuvieron que unir fuerzas contra el común enemigo español.
Al recordar a aquel “enfant terrible” de la política nacional, Alfonso Palacio Rudas, un coterráneo que por igual se ocupó del pasado, como en efecto lo hizo, asumiendo la defensa a ultranza de la obra de gobierno de Alfonso López ,“el viejo”, y de su partido, el Liberal en al cual militó y siempre se desveló por su presente y mantuvo procelosa vigilia, soñando despierto sobre el futuro.