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Nuestro amor al Papa no es un servilismo estúpido, ni emocional ni mental; y mucho menos una especie de apego sentimentaloide, parecido al que muchos tienen por los ídolos de barro que fabrican los medios de comunicación. ¡No! Es sentido de Iglesia; es, reitero, cuestión de fe; es adhesión a una Iglesia que su divino Fundador quiso jerárquica. Y por eso nos mantenemos atentos a sus enseñanzas y adherimos a ellas con fidelidad indeclinable; y por eso la persona del santo Padre, su vida y su trabajo, están presentes en nuestra diaria y filial oración.
No suelen ser nuestros periodistas y algunos medios, escritos, radiales o televisivos, cuando incursionan en los terrenos de la religión y de la Iglesia, ni muy objetivos ni muy bien informados, y frecuentemente ni siquiera respetuosos. Y no es raro que incidan en insolencias que rayan en la mentira, el vilipendio y la indignidad. Guardo por ahí, entre papeles y en el archivo de la memoria, glosas de algunos columnistas que traspasan todos los límites marcados por la verdad y la simple decencia. No es, tengo que decirlo ante todo, el caso de la página que publicó ayer, miércoles 7 de septiembre, El Tiempo, y que lleva la firma del señor Mauricio Vargas Linares. Es un escrito respetuoso; ¡bien por eso!.
Pero, ¡lástima!, desliza entre líneas afirmaciones o sugerencias que evidencian desinformación, e incluso lindan con la falsedad. En su conjunto, las afirmaciones del columnista tratan de mostrar a un hombre que no ha estado a la altura de sus compromisos y de las expectativas nacidas de su status en la Iglesia y el mundo; y de describir un pontificado otoñal y mustio que provoca sentimientos de frustración. Cuando la realidad es muy, pero muy otra.
Afirmar, como lo hace el señor Vargas, que el Papa Francisco ha ido situando sus alfiles, calculadamente, en la conformación del colegio cardenalicio, para asegurar que de algún modo su sucesor siga su misma línea de pensamiento y acción, es algo teñido de una suspicacia sin fundamento alguno; no, no es así, a la manera de nuestros gobernantes politiqueros, como el santo Padre actúa. ¿Con qué fundamento osa este señor atribuirle al Pontífice esa matrería?
Sostener que “nada ha cambiado en cuanto al papel de las mujeres” en la Iglesia, es sencillamente mostrar que no conoce – o deliberadamente oculta – las valentísimas decisiones que este Papa ha tomado relacionadas con el rol de la mujer en la Iglesia. No ha cedido, es cierto, a la empecinada pretensión de que se confiera el sacerdocio a la mujer; y en eso nadie tiene por qué llamarse a engaño, puesto que en su documento programático, la Evangelii Gaudium, el Papa había asentado sin ambages: “El sacerdocio reservado a los varones, como signo de Cristo Esposo que se entrega en la Eucaristía, es una cuestión que no se pone en discusión” (N° 104) Pero esa afirmación categórica está hecha por él en el contexto de la no menos tajante del número anterior del documento: “Es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia”. (103) Y el santo Padre no se ha quedado en afirmaciones. El señor Vargas ignora, - o, repito, calla maliciosamente-… las audaces medidas adoptadas por el Papa Francisco para brindar espacios harto significativos y protagónicos a la mujer en los asuntos de la Iglesia. Por si es que los ignora, le doy algunos datos, entre otros muchos. Por primera vez en la historia, en varios de los Dicasterios y Congregaciones que ayudan al Papa en el gobierno de la Iglesia han sido nombradas mujeres; así, una mujer es la Subsecretaria de la Sagrada Congregación para los Institutos de Vida Consagrada; otra, Paola Fabrizini, funge con el mismo cargo en el Consejo Pontificio para la Unidad de los Cristianos; en el Dicasterio para los laicos, la vida y la familia, una laica, Ana Cristina Villa, dirige los asuntos de la mujer; Flaminia Giovanelli es subsecretaria del Pontificio Consejo de Justicia y Paz; el Dicasterio de las comunicaciones tiene entre sus ejecutivos a la eslovaca Natasa Govekar y a la brasileña Cristiane Murray; hace poco, el Papa nombró a la monja Raffaela Petrini como Secretaria General – algo así como alcaldesa -del Estado de la Ciudad del Vaticano. Y en el Sínodo de los Obispos, por primera vez y con poder de voto, cumple como Subsecretaria general una mujer, Nathalie Becquart. Una mujer es la Directora general de los Museos Vaticanos. Y en el Consejo Económico del Vaticano hay seis mujeres. Podría seguir ilustrando la aparente ignorancia del señor Vargas con muchísimos otros casos; es bueno que sepa que todos esos cargos estaban hasta ahora confiados a los varones. Y déjeme añadirle algo más :¿ sabe usted que desde el año pasado, 2021, el Santo Padre estableció que pueden ser canónica y litúrgicamente instituidas como Lectoras y Acólitas, y por tanto como ministras de la Sagrada Comunión, las mujeres? ¿Seguirá usted afirmando que “nada ha cambiado”?...
Habla el señor Vargas de la actitud asumida por el santo Padre frente a la guerra de Ucrania y frente a la vil persecución de que es víctima la Iglesia bajo los ignominiosos regímenes de Nicaragua y de Cuba. Probablemente desearía él conocer acciones determinantes del Sumo Pontífice para la solución de esas dolorosas situaciones; pero no puede negar nadie que el Pastor universal de la Iglesia se ha pronunciado, en forma reiterada y palmaria, clamando por el cese de la violencia y el sufrimiento infligidos a esos pueblos y a la Iglesia; y ¿qué sabemos de lo que el Papa, seguramente, ha tratado y trata de gestionar al respecto? Como brillantemente lo dice hoy el Cardenal Jorge Jiménez, “nunca la diplomacia con altoparlantes ha sido eficaz”. Se vuelve un exegeta de refinada malicia y de cierta perversidad Mauricio Vargas cuando insinúa sibilinamente que el Papa no ha hablado ni obrado más paladinamente en estos casos porque “pesa en su actitud su histórica cercanía con sectores de izquierda”. Francamente, don Mauricio, ¡le sobró malicia indígena!
El último párrafo de la página que estoy glosando es de veras lamentable. Contra la forma sombría en que allí se augura lo que será la herencia espiritual que un día, ojalá muy lejano, dejará nuestro Santo Padre Francisco a la Iglesia y al mundo, - el pontífice de 85 años, así se despacha el columnista, vive el ocaso de su papado y se va quedando con poco que mostrar para la historia…” -nosotros estamos ya seguros de que él ha sido un regalo maravilloso de Dios. Sigamos atendiendo, con devoción y cariño nacidos de la fe, la petición que nos hace de rezar por él.
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