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Fue una hazaña que todos los colombianos estuvimos siguiendo, con el alma en vilo y la plegaria en los labios. Fue una batalla verdaderamente épica contra una naturaleza hermosa pero feroz e implacable al propio tiempo. Fue una demostración plausible de tenacidad en un noble propósito, de organización y destreza en los procedimientos, de disciplina y sacrificio en aras de salvar cuatro vidas. Fue una capacidad de verdad meritísima de “esperar contra toda esperanza”. Muchos llegamos a pensar, -al menos es mi caso- cuando transcurrían los días y las semanas, que la causa estaba perdida; que era imposible que unos niños pudiesen haber sobrevivido a circunstancias tan adversas; venía a la memoria la frase lapidaria de José Eustasio Rivera en La Vorágine: “¡se los tragó la selva!” ; pienso que tal vez los únicos que no perdieron la fe fueron esos integrantes de nuestras fuerzas armadas que los buscaban, y los campesinos e indígenas que a ellos se unieron en la brega. Fue, esta gesta prodigiosa, un canto a la vida; ¡qué maravilla poner todos los recursos del estado al servicio de una causa tan noble como era la de salvar cuatro vidas inocentes!
¡Loor y gratitud para todos y cada uno de los integrantes de ese Comando conjunto de operaciones especiales de nuestro ejército! Y un ¡urra! atronador para los campesinos e indígenas que se unieron a ese laudable empeño de los militares.
Quedan varias reflexiones. Una: de qué grandes logros y acciones somos capaces los colombianos cuando nos unimos para trabajar unidos por el logro de un objetivo común. Las divisiones nos debilitan. Y ellas, las divisiones, que ahora se provocan y enardecen en los discursos de calle y de balcón… han sido la desgracia de Colombia. Y otra : la vida, esa que comienza desde el momento mismo de la concepción de un ser humano, es un valor por el que vale la pena luchar y en aras de cuya defensa hay que sacrificarlo todo; hay una profunda y trágica incoherencia en el hecho de que un estado como el nuestro, que cumple una hazaña épica para rescatar la vida de unos pequeños, sea el mismo que propicia, incentiva, “legaliza” el asesinato aleve de millones de pequeñines no nacidos aún, que tienen los mismos derechos inalienables de los que, admirable e inexplicablemente, sobrevivieron deambulando por la selva durante cuarenta días.
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