A comienzos de los 70, bajo la inspiración del profesor canadiense Lauchlin Currie, se puso en marcha una estrategia de desarrollo basada en llevar gente del campo a la ciudad. Colombia era un país esencialmente rural, más del 60 por ciento de la población vivía en el campo, y esto, se afirmaba, era una traba para el desarrollo. Se requería de mano de obra barata para industrializar el país, que la economía no dependiera del sector primario. Tres décadas más tarde, el objetivo urbanizador estuvo cumplido, más del 70 por cien de la población vive en los centros urbanos, con unos problemas sociales terribles.
El proceso urbanizador encontró, además, en la violencia rural una ayuda extraordinaria, ella se encargó de expulsar gente del campo, de llevarla a las ciudades, sin ninguna planificación, en una dinámica tan abrupta que las ciudades están colapsando. Bogotá, Medellín y Cali tienen una conflictividad social compleja bastante difícil de gestionar, que se expresa en hacinamiento, en informalidad laboral y económica, en inseguridad y en problemas de movilidad críticos, como es el caso bogotano. La capital es inviable como está y demanda de una serie de medidas de choque que difícilmente van a tomarse, por impopulares, y porque requerirían de la intervención del Gobierno central. De lo que se trata ahora es de sacarle gente y llevarla a los centros urbanos medios. En otras palabras, en Bogotá no hay cama para tanta gente. Ni cama ni calles ni empleo ni vivienda ni aire. El precio de la tierra hace que la vivienda sea prácticamente inaccesible, los precios son absurdos.
Vivir en Bogotá es muy costoso en términos de calidad de vida. Incluso, puede significar un recorte de un siete a 10 por ciento de los años. Algunas personas pierden diariamente entre dos y tres horas en razón de los agudos problemas de movilidad. La ciudad está literalmente infartada. No hay cómo transitar. El invierno ha hecho más crítica la situación, es verdad, pero de cualquier forma se está haciendo inviable. A quien vive fuera de Bogotá le diría que no venga; y a quien reside allí, que se vaya. Es una equivocación vivir en la capital, el costo en polución, inseguridad y tiempo son excesivos. Hace unas décadas se decía que era la Atenas suramericana, una ciudad de gente culta, hoy, con mucha pena, me atrevería a decir que es un pueblo de bárbaros, bárbaros dispuestos a matar y a hacerse matar. Sé que suena fuerte, pero es la verdad. Algunos conductores de buses, busetas, taxis y particulares son asesinos en potencia que carecen del mínimo de consideración y de respeto por la gente. Casi sin noción del valor de la vida. Es dramático.
Qué hay que hacer. Se requiere de medidas de choque muy fuertes. Hay que sacarle un millón de personas, para poder retirar también buses, taxis, y vehículos particulares. ¿Y esto cómo se logra? Para comenzar, triplicando los impuestos, hacerla más cara de lo que es hoy. Ese es el destino de las grandes ciudades como Nueva York, Tokio, Londres, Sao Pablo. Se requiere de recursos que permitan la ejecución de obras que de verdad sean soluciones de fondo, no parches ni remiendos, que es lo que se hace. Por ejemplo, a la principal arteria vial, la avenida Caracas, hay que demolerle una manzana completa a lado y lado para volverla una súper vía rápida de 10 o 12 carriles, y ahí sí poner peajes.
La ciudad que recibe Gustavo Petro es una bomba de tiempo, además de un monumento a la corrupción, la mediocridad y a la desigualdad. No quisiera estar en sus zapatos. Bogotá colapsó. Pero a grandes males, grandes remedios.
La ciudad que recibe Gustavo Petro es una bomba de tiempo, además de un monumento a la corrupción, la mediocridad y a la desigualdad. No quisiera estar en sus zapatos. Bogotá colapsó. Pero a grandes males, grandes remedios.
Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ
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