El 20 de febrero próximo se cumplirán 10 años de la ruptura de ‘los diálogos del Caguán’ entre la administración Pastrana y las FARC. Ha sido una década de mucho plomo, ha corrido mucha sangre y muchas cosas han cambiado en Colombia desde esa época. Para comenzar, la correlación de fuerzas políticas y militares, en estos 10 años las FARC han sufrido los peores golpes de su historia, en algunos momentos incluso han sido militarmente humilladas, como sucedió con la célebre operación ‘Jaque’, con la que el Ejército rescató a varios secuestrados sin disparar un solo tiro, entre ellos Íngrid Betancourt y tres norteamericanos. En esta década se acabó con el mito de su invencibilidad militar y el de que su estructura superior de mando, el Secretariado, era intocable.
Si la guerra que se libró entre 1991 y 2002 la ganaron casi las FARC (Patascoy, Las Delicias, etc.), en la década que aludo sucedió lo contrario, la perdió la guerrilla y de forma estrepitosa. Ya no están ni Reyes, ni Jojoy, ni Ríos, ni Cano, ni otros muchos que han sido neutralizados, bien porque cayeron en combate o porque fueron apresados y algunos extraditados. Metafóricamente las FARC aún ladran, pero ya no muerden. O mejor, aún muerden pero sólo en zonas apartadas (como Cauca, Caquetá o Putumayo). Y lo que es peor para ellas, su descrédito político es posiblemente mayor que nunca. Dura tarea tiene el nuevo jefe de esa organización, ‘el camarada Timochenko’, quien ha vuelto a hablar de la urgencia de dialogar y de encontrarle una salida a este conflicto tan viejo.
Sin embargo, resulta al menos curioso que proponga retomar la ‘agenda del Caguán’. Un pedido demasiado ambicioso. ¿Qué le hace pensar que se puede negociar una agenda que no fue ni discutida cuando el Estado estaba perdiendo ahora que va ganando la guerra? Las explicaciones que aventuro son: o se trata de un intento de ‘lavado de cara’, o de hacer un pedido alto para poder ‘rebajar’ en caso de que se abra la puerta. Porque no creo que ‘Timochenko’ fuese tan ingenuo y pensara que Santos podría aceptar una propuesta similar.
La experiencia del Caguán no sólo es fallida, sino que también goza de mala prensa. Ese camino no conduce a ninguna parte. Deberían ser un poco más imaginativos; antes que convencer al Gobierno tienen que convencer a la opinión pública, y a ésta sólo se le seduce con un gesto claro, contundente, concreto. ¿Por qué no, por ejemplo, una liberación unilateral de todos los secuestrados y un silenciamiento unilateral también de los fusiles? Esto no admitiría duda alguna de su verdadero deseo de paz.
Para que Santos pueda mover ficha y abrir la puerta del diálogo, la opinión pública tiene que ir por delante. De lo contrario, los amigos de la guerra total se lo tragan vivo. Si silencian los fusiles será mucho más fácil escucharles. El problema es político, no militar. Si ‘Timochenko’, como parecen sugerirlo sus comunicados, es más político que militar, debería buscar aliados que apoyen una salida negociada, aunque no compartan ni su ideología ni sus métodos de lucha. Santos, y el propio Chávez, que ha vuelto a reiterar su deseo de paz en Colombia, requieren de una atmósfera que facilite la labor. Por eso hay que pasar de las palabras a los hechos. La retórica puede esperar. Y si el problema es de confianza, lo mejor que podrían hacer es aprovechar los puentes que han construido Bogotá y Caracas. El asunto, reitero, es con hechos, no con proclamas.
Camarada ‘Timochenko’, mueva ficha, mueva ficha. Eso es lo que esperamos muchos colombianos.
¿Qué le hace pensar que se puede negociar una agenda que no fue ni discutida cuando el Estado estaba perdiendo ahora que va ganando la guerra?
Credito
GUILLERMO PÉREZ FLÓREZ
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