“Mejor echar lengua que echar bala”

Hace más de un mes fue publicada en este prestigioso periódico mi columna titulada “Actitud soberana para la Paz”, en la que refiriéndome al entonces recién anunciado inicio de un nuevo proceso de paz, reclamaba mantener durante la negociación la firmeza que solo puede dar la legitimidad de un gobierno elegido democráticamente.

Hace más de un mes fue publicada en este prestigioso periódico mi columna titulada “Actitud soberana para la Paz”, en la que refiriéndome al entonces recién anunciado inicio de un nuevo proceso de paz, reclamaba mantener durante la negociación la firmeza que solo puede dar la legitimidad de un gobierno elegido democráticamente, frente a quienes hasta hoy representan el terror, el secuestro y la muerte; además, pedía que para que los colombianos pudiéramos dar un paso hacia el perdón y la reconciliación, la guerrilla debería demostrar su buena voluntad a través de un cese unilateral de hostilidades, la liberación inmediata de los secuestrados, el desalojo de las tierras y otro tanto de majaderías que me salieron impulsadas por el altísimo grado de optimismo frente a las conversaciones, y que después del discurso del jefe de la comisión negociadora de las FARC simplemente me llevaron a una gran frustración. Sin embargo, pensándolo bien, lo único que paso fue que el discurso me hizo bajar de la nube y entender que obviamente en Noruega se esta conversando con un selecto grupo de pillos que van a jugar sus cartas lo mejor posible para sacar el máximo provecho del protagonismo que hoy se les ha dado.

Aunque era previsible un discurso beligerante, la dosis de cinismo e insolencia fue mucho más alta de lo que se esperaba; el hecho de endilgar al estado masacres, despojos de tierras, desplazamientos de campesinos, desapariciones y otros tantos crímenes, deja en manifiesto una actitud poco sensata y sumamente hostil como para confiar en una real voluntad de concertación. El no reconocimiento de sus víctimas ni de ninguna de las violaciones y afrentas cometidas por esta organización hacia el pueblo colombiano, abre la posibilidad de que un eventual acuerdo se opaque por la ausencia de la verdad y la reparación, y por el contrario el ingrediente principal sea la amarga impunidad. La justificación del alzamiento en armas bajo una supuesta lucha justa por la igualdad social y la defensa de los derechos del pueblo, resulta poco razonable cuando es bien sabido el negocio blanco y polvoriento que se esconde tras el uso de la fuerza, y finalmente, la manifestación de que hay un pueblo que confía en una propuesta insurgente y que lucha codo a codo con ellos, deja entrever una personalidad delirante, alejada de la realidad y que genera una gran desconfianza respecto a la posibilidad de un sometimiento a nuestro estado social de derecho.

Sin embargo, debo reconocer que por lo menos están sentados en una mesa dialogando y debatiendo ideas, y que incluso en la intervención del delegado de las Farc se tocaron puntos sensibles y trascendentes, que a pesar de haber sido caballos de batalla en la mayoría de las campañas de los políticos de nuestro país, muy pocos elegidos los ponen en la agenda publica y mucho menos proponen reformas de fondo al respecto; la desigualdad, la pobreza, el desempleo, el subempleo, la política agraria y minera, entre otros, son asuntos determinantes que deben ser tenidos en cuenta para que al combinarlos con el silenciamiento de los fusiles podamos construir una paz perenne y verdadera; ojalá el equipo negociador del gobierno sortee hábilmente esta y todas las provocaciones que vengan, y que la contraparte asuma una actitud sensata y realista de de sus responsabilidades y propósitos, para que por primera vez en decenas de años las diferencias empiecen a resolverse en escenarios como el de Oslo y La Habana, en donde como decía el Presidente Betancur sea mejor “echar lengua que echar bala”.

Credito
CESAR PICÓN

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