Cuando el domingo el cielo amanecía encapotado salíamos al patio, dibujábamos un círculo en la tierra, en su centro colocábamos una vela encendida y nos concentrábamos pidiéndole a Dios que alejara la lluvia. Nos parecía injusto que se nos dañara esa celebración que, por supuesto, pensábamos que ya nos merecíamos.
No recuerdo cuántas veces se nos cumplió el deseo ni cuántas llovió todo el día.
Por más que escudriño en la memoria no encuentro de dónde salió ese ritual para espantar la lluvia, pero creo que hace parte de un conocimiento ancestral, una herencia de la sabiduría milenaria que es parte de nuestra cultura, aunque no lo incluya James George Frazer en su famoso libro “La Rama Dorada”.
Nadie se burló de nosotros por realizar ese ritual.
Hoy se avergüenzan de estas creencias, más sostenidas por la fe acerca de la capacidad del hombre de dominar las energías de la naturaleza, o se burlan del “Chamán” que detuvo la lluvia para que no se empañara la clausura del Campeonato Mundial de Fútbol, en la categoría Sub-20, en Bogotá.
O, también, su actuación para que no se aguara la posesión del presidente de los colombianos, como ha sucedido tantas veces con las esperanzas y los sueños de los colombianos, aunque por otros aguaceros.
Lo cierto es que en esa oportunidad no llovió, sea por coincidencia o por el poder del Chamán, Jorge Elías González, un campesino de 64 años, oriundo de Dolores, Tolima.
A él lo contrató la Fundación Teatro Nacional, como lo ha hecho con éxito por más de 10 años en ocasiones similares. Y sin que nadie lo demandara por sus aciertos.
Claro, la lluvia ya había aguado la ceremonia inaugural en Barranquilla y estuvo presente durante el torneo, un hecho de preocupación para los organizadores de la mencionada clausura.
Sin embargo, el escozor de los “controladores” del gasto fue por los cuatro millones de pesos que le pagaron a nuestro Chamán para impedir que la lluvia empañara la clausura, al tiempo que no les preocupó en lo más mínimo la magia de los “brujos” contratistas del Estado, así hayan tenido la capacidad de hacer desaparecer miles de millones del presupuesto nacional sin que se vean las obras contratadas.
Yo creo en el Chamán. Pero no volvería a hacer aquel círculo ni prendería esa vela para espantar la lluvia porque el ritual y mi poder sobrenatural prefiero conservarlos intactos en el territorio de mi imaginación y en el cofre de mi infancia.
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