¿Debo perdonar?

La sensación que uno tiene al recibir las noticias en los medios de comunicación es que la sociedad cada vez está más descompuesta, que la tolerancia es cada vez más difícil y que la ciencia es impotente para detener nuestro instinto hacia la muerte, que devasta nuestro comportamiento cotidiano y degrada nuestra sensibilidad.

Es decir, el respeto por la vida es un ejercicio del pasado.

Ahora que se muestra abiertamente la violencia intrafamiliar, por ejemplo, se destapan horrores y bajezas sin límite, se descubren aberraciones que parecieran no haber existido jamás y se martilla en los medios el vulgar comportamiento de todo tipo de asesinos y delincuentes.

Hay mucho morbo, como se ha dicho tantas veces, por exhibir las lacras de la sociedad hasta el punto de convertirlas en personajes principales de nuestras rutinas diarias.

Claro, hay un desequilibrio social cada vez más acendrado, que es caldo de cultivo para atropellos y violencia de todo tipo, en el cual se desarrollan los desconocimientos a las más elementales normas de la convivencia.

Pero, al mismo tiempo, uno se pregunta si la descomposición es inherente a la sociedad actual o acaso conductas similares existían desde tiempos inmemoriales solo que ahora se hacen visibles y de tanto repetirlas desde el asombro se vuelven rutinarias y muchas veces soportadas frente a su inevitabilidad. ¿A esto hemos llegado?

Padres que violan y matan a sus hijos, madres que se suicidan después de haber envenenado a sus retoños, hijos que le disparan a sus padres, atracos por un par de zapatos o un pinche celular, curas pedófilos, magistrados corruptos, funcionarios ladrones, falsos positivos, desigualdad aberrante, jueces comprados, estudiantes asesinos y un interminable etcétera que contrita el corazón y envilece la memoria.

Hay que ver cómo, desde cuando se despojó el tema sexual del tabú de lo prohibido y pecaminoso, salieron a la luz conductas que, aunque reales, no pasaban del quicio de la puerta en otros siglos y hoy pululan por doquier como seres “diversos” que siempre han sido multitud.

Es claro que las sociedades hoy en día no son posibles sin el respeto por la diversidad. La convivencia se fundamenta en el respeto por el otro antes que en la obediencia ciega a un mandato que muchas veces está en contra de la naturaleza de las relaciones humanas.

Es fundamental la tolerancia y el ejercicio de la libertad para preservar su existencia.

Pero eso sólo es posible en igualdad de condiciones, en el compartir las oportunidades y en el disfrute equitativo de la riqueza material y espiritual.

De lo contrario uno se pregunta ¿puedo ser libre si no tengo qué comer? ¿Debo convivir con otros que lo tienen todo mientras yo no poseo nada? ¿Debo perdonar?

Credito
BENHUR SÁNCHEZ SUÁREZ

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