Y por esa misma costumbre escribo “Y llegó la Pana”. Con Pana me refiero a Panamericana. En Bogotá muchos dicen “vamos a la Pana” y ya se sabe que se refieren a la librería.
Claro que ya no es sólo librería sino una miscelánea en la que se combinan novelas y libros de cocina con computadores y memorias USB, muebles de oficina con productos de papelería y lámparas con chucherías que se necesitan para regalo o para matar el tiempo. Y árboles de navidad, por aquello de la época.
A diferencia de las misceláneas comunes, la Pana tiene un diseño especial que permite la circulación de las personas por espacios amplios y en general acogedores y la visualización de los productos ofrecidos.
Es una construcción generosa diseñada con mentalidad futurista, distinta a la mezquina con que se erigen los espacios culturales en nuestro medio.
Me alegré mucho con la apertura de la Pana porque si de algo me había quejado con insistencia había sido la ausencia de librerías en Ibagué y de cómo tenía que aprovechar cualquier viaje a Bogotá para aperarme de lecturas, conseguir las novedades editoriales y los libros necesarios.
Me parecía increíble que una ciudad con tan alto índice de población estudiantil, con tantas universidades, no tuviera una librería competente o que las que habían existido se hubieran cerrado por falta de compradores.
Pues bien, la Pana viene a suplir esa deficiencia tan marcada en el ámbito intelectual de la ciudad.
El día de la apertura estuve por casualidad en el local y me encontré con el dueño de la cadena de librerías, Carlos Federico Ruiz, a quien felicité por lo acertado de su inversión y su aporte a la cultura de la ciudad. Él me comentó que había hecho el esfuerzo de construir en Ibagué porque la ciudad se merecía un establecimiento de esta categoría. También me ofreció la ayuda de la Pana para traer los libros que necesitara y no estuvieran disponibles en sus estanterías ni bodegas.
Ojalá sus estantes se abran también para la producción editorial local, que es tan difícil de adquirir por falta de una adecuada divulgación y carencia de puntos de venta.
Bienvenida a Ibagué la Pana, la Panamericana. Hago votos porque este matrimonio entre la ciudad y los libros dure más que los otros, aquellos donde el amor eterno apenas dura unos pocos meses.
La costumbre de acortar los nombres, como si al hablar se debiera ahorrar tiempo, es antigua aunque hoy es más generalizada. No es raro, entonces, escuchar que a María Fernanda se le diga Mafe, a María Lucía Malú, al abuelo Aristarco Arista, a Claudia Clau, a Gonzalo Gonza, en fin.
Credito
BENHUR SÁNCHEZ SUÁREZ
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