Hace unos días abordé en este mismo espacio la novela “Formas de volver a casa” en la cual el contraste entre las nuevas generaciones y los viejos, o sea los actores más cercanos a los acontecimientos, es el pretexto que utiliza el escritor chileno Alejandro Zambra para dejar testimonio de su época.
En esta misma forma se estructura la novela “Una misma noche”, del escritor argentino Leopoldo Brizuela, con la que resultó ganador del Premio Alfaguara de Novela 2012. Esta novela también usa el contraste entre el ayer y el hoy y el resultado, como sucede en mi novela “Buen viaje, General” 'valga mi modestia', es la comprobación del lector de una continuidad en el tiempo, como si la historia se repitiera cuando, en verdad, nada ha cambiado en nuestros empobrecidos países latinoamericanos.
Continúa la misma opresión, la misma injusticia y los responsables son los mismos, sólo cambian los actores y un poco los escenarios.
Las dictaduras y los gobiernos autoritarios imponen su poder a través del terror y la amenaza latente de la muerte para quienes no estén dentro de su órbita, de tal suerte que el temor a actuar, la indecisión, el imperio del rumor y la delación, carcomen las bases mismas de la sociedad.
Ese temor que producen las desapariciones, las torturas y la represión son el eje central de la novela de Brizuela.
“La misma noche” centra su existencia en el recuerdo de un homosexual, un profesor que vive dos allanamientos similares, uno en 1977, en pleno auge de las dictaduras en Argentina, y la otra en el 2008, en la era Kirchner.
En el recuerdo del narrador, un escritor (otra coincidencia en las tres novelas mencionadas), están las dos noches y el aterrador y paralizante esquema del miedo, la angustia de la delación y la visibilización de la bajeza humana.
Tanto la novela del chileno como la del argentino, son vertiginosas. Los acontecimientos se desarrollan con rapidez, en apartes cortos y contundentes y hay momentos en que la angustia de apodera del lector, cuando no la incredulidad ante hechos que parecieran ser inverosímiles.
En verdad, la maldad humana no tiene límites. La ambición del poder enceguece y aleja de la realidad al ser humano. Por fortuna, en la ficción queda el terror vivido para que no se repita nunca.
Los hechos terribles y traumatizantes que marcaron la historia de los países del Cono Sur, en especial Chile y Argentina, en el pasado siglo, han sido retomados por la literatura pero no ya con el desprecio marcado por la política o la ideología, sino estructurados con el arte, con la magia del lenguaje, con la arquitectura del recuerdo y el asombro de la historia.
Credito
BENHUR SÁNCHEZ SUÁREZ
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