Y lo es mucho más, cuando de ese 30 por ciento un 30 por ciento lo ha captado un sospechoso voto en blanco, promovido por un clero colonial, retrógrado, y una exmandataria local corrupta y destituida por malos manejos durante su período al ejercer un cargo público.
No es raro, por supuesto, encontrar un panorama similar en un país que se acostumbró a ser saqueado y a que todos miren el despojo como si no fuera con ellos, como si no fuera parte de sus contribuciones, como si lo que se robaran viniera del más allá sólo para enriquecer bolsas privadas y satisfacer apetitos personales.
Otro gallo cantaría (¿todavía cantan en alguna parte?, creo haber escuchado alguno en la profunda oscuridad de una madrugada ibaguereña, cuando el insomnio me manda al libro de turno y viajo a otros mundos ficticios, mejores, claro, que los que vivimos en la realidad) si ese 70 por ciento hubiera sido obtenido del total de aptos para elegir o inscritos para votar. Pero no es así.
El gusto por el poder hace que muchos acepten resultados tan tristes, tan ilegítimos como esos. Además, que tengan el descaro de sonreír a las cámaras y en los micrófonos y se proclamen vencedores de no se sabe que elección sublime (no ublime).
Hablo de las elecciones en el vecino departamento del Huila, donde Carlos Mauricio Iriarte, político de un antiguo partido llamado Liberal, se ha alzado con tan pírrico éxito electoral y se ha proclamado gobernador del departamento, en reemplazo de la funcionaria, destituida por la Procuraduría General de la Nación, la de
Monseñor Ordóñez, que ama el cielo y detesta el infierno, que, él sabe, no que existen.
Si este señor Iriarte, o doctor como lo han de llamar sus escasos electores, pertenece a la familia de los libreros, los cultos y humanistas, honestos miembros de la sociedad neivana que conocí hace unas décadas, bienvenido sea, así sufra moralmente, como pienso que lo ha de hacer, por tan destemplado triunfo.
Valdrán mucho sus esfuerzos si sabe enderezar la ruta. Pero tal vez no se salve del desastre al estar inmerso en una maquinaria burocrática inextricable, insustituible por lo compleja, y sea arrastrado por la corriente impetuosa de lo que no se sabe qué pasa pero pasa. Caterva de funcionarios de sonrisa inefable que envejecen sostenidos por los esfuerzos de la sociedad, vegetan y maman de la teta inacabable del presupuesto departamental.
Lo que se ha de hacer nadie puede hacerlo. Aunque nadie lo crea, si se hace se derrumba la maquinaria gubernamental.
¿Quién puede pensar que no ganó? Que viva la democracia nacional.
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