A través de ella el autor reconstruye la historia fundacional del Líbano, un pueblo turbado por el desarraigo, los desplazamientos, la guerra, el odio, el amor y el conocimiento.
Pero, al mismo tiempo, la historia del apego por la tierra, esa por la cual se ha luchado y muerto a lo largo de los siglos en cualquier pueblo del mundo. Son las ideas, antes que las acciones, son los sentimientos por encima de la descripción de las crueldades, los que configuran el devenir de esa que fuera aldea y pueblo y hoy es ciudad pujante.
Estoy hablando de la novela de la reflexión y de las sentencias. Los diálogos en ella son distintos pues los personajes opinan desde el interior, no del exterior, y profundizan para expresar sólo la contundencia de una certeza. También es la novela de los opuestos: el odio y el amor, el bien y el mal, la mentira y la verdad, lo superfluo y lo importante, lo urgente y lo trascendental.
En la narración de la vida de los protagonistas el lector va a encontrar esta confrontación sin que el autor haga una cátedra sino, más bien, humanice los ídolos del imaginario popular, desentrañe equívocos e irrigue de imaginación y creación el pasado hasta transformarlo en presente manejable y entendible.Son narraciones en diversas formas verbales, ya la primera, segunda o tercera persona, y diferentes tiempos, presente y pasado, en los que se encuentra la esencia de ese pueblo que comienza a crecer en la montaña.
Son tres planos que se suceden en segmentos alternos, correspondientes a los tres personajes principales, la monja Mercedes González, el general Isidro Parra y el francés Desirè Angee. Y en sus hombros la historia de la colonización antioqueña en el Estado Soberano del Tolima, hoy departamento del Tolima, y su norte signado por la cultura paisa, aunque también francesa, alemana, inglesa y boyacense.
164 años después la novela nos trae fresca y humana la vida de los pioneros, esos que la historia ha embalsamado en la rigidez de la grandilocuencia o el olvido pero que la magia de la literatura los vuelve a levantar en sus virtudes y defectos, sus triunfos y fracasos, sus amores y sus odios, es decir, seres humanos como nosotros.
La novela nos demuestra, además, el feliz arribo de Carlos Orlando Pardo a la madurez narrativa, a la sapiencia en el manejo de la prosa y a la solvencia en la arquitectura de la historia.
Un brindis, pues, por este beso.
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