Orlando Álvaro Cerón es un hombre que irradia franqueza, solidaridad y la certeza de haber cumplido su misión en el mundo.
Y es que, además de su exitosa carrera profesional, Orlando Álvaro es escritor.
Y como especialista en idiomas, riguroso en el manejo del lenguaje, pulcro en el rescate de su tierra (Nariño) y generoso en la fijación de los espacios done le ha tocado vivir. El Tolima, por ejemplo.
Me precio de conocerlo desde hace bastante tiempo. Quizá desde que comenzamos nuestras respectivas carreras profesionales. Fuimos maestros del Distrito Especial de Bogotá, cuando confluimos en la capital para iniciar nuestra formación profesional.
También coincidimos fugazmente cuando pretendíamos a dos hermanas, las dos también maestras como nosotros.
Y luego el mundo se nos vino encima, el tiempo fue marcando etapas que nos distanciaron hasta finalizar el siglo XX, cuando nos reencontramos en Ibagué, rematando cada uno el sueño laboral y el sueño de los elegidos.
Admiro en Orlando Álvaro la pulcritud en el tratamiento de sus poemas.
Porque no se desborda en metáforas ni abusa del lenguaje. Es preciso en la denominación de los objetos y de las emociones. Y aplica la magia y el acervo de sus lecturas en la expresión de sus pensamientos.
Quizás estas actitudes nos revelen a un creador racional, analítico, capaz de la emoción pero parco en sus manifestaciones.
No es tan emocional como tantos otros que bordeamos siempre el abismo del efectismo.
Lo digo porque acabo de leer su más reciente poemario “La luz del arco iris”, puesto en circulación bajo el sello de Papeles Sueltos Editores.
En su libro las imágenes son precisas: “Así la paz, esa ingrata, / que está dentro de mí y dentro de ti, / puede aflorar con la humildad de la violeta / sin ambages, ni pretensiones ni cortejos” (p. 17).
Pero también encontramos versos como estos: “Las mujeres del Líbano continuaron el desfile / hasta cuando la noche se confundió con sus vestidos” (p. 22)
Tres libros anteriores preceden el presente lanzamiento: “Que viva la vida” (1985), “Concierto de la memoria” (1990) y “Erótica” (1999).
Son las travesuras de Orlando Álvaro, serias y profundas, un hombre más cercano al análisis, por su formación, que al arte.
Sus consejos en idiomas se irán diluyendo en el recuerdo de sus alumnos, pero sus libros de poemas permanecerán, tercos como él, en el horizonte ingrato de nuestra cultura.
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