He leído la noticia sobre el éxito de la campaña “Regalar un libro es mi cuento”, que a partir de julio abrieron los ministerios de Cultura y Educación, la Cámara Colombiana del Libro y algunas librerías.
El programa consiste en que los colombianos vayan a la librería, compren un libro y lo depositen en un recipiente establecido para ello. Excelente idea que debiera ser apoyada por la totalidad de los colombianos que creemos en que el arte y la cultura son los únicos que nos sacarán del limbo de sangre y humo en que nos hallamos sumergidos.
La nota informa que se alcanzó la cifra de treinta mil libros donados (comprados) lo cual demuestra, por un lado, el buen corazón de los colombianos, siempre prestos a responder a estas campañas de beneficencia, pero también que son pocos, si se piensa que habitamos este sufrido país más de cuarenta y ocho millones de ciudadanos.
Loable campaña de los ministerios y los gremios porque pensamos que lo hacen por su alto sentido de altruismo y su deseo de aportar al progreso del país, que según quieren sea el más educado del continente.
Eso está bien si no hubiera, como en todo lo que hacen los establecimientos colombianos, tanto privados como oficiales, un fondo de doble sentido, de egoísmo y de afán de lucro, que conlleva al privilegio.
El doble sentido se descubre porque se deben comprar ciertos libros, de ciertas editoriales y en ciertas librerías, mediante un listado preparado por ciertos genios de la crítica y del manejo cultural en los gobiernos de turno.
Ahí se ahoga el altruismo pues resulta que en la campaña no tienen cabida las editoriales independientes, ni los autores que no hacen parte del staff de las grandes editoriales, por lo general multinacionales, y el acto sencillo y amoroso de comprar un libro para obsequiárselo a un niño, es un negocio que, por ahora, ya va en cientos de millones de pesos para un círculo cerrado de editoriales y de librerías.
Según la nota aludida, ya va en más de seiscientos millones de pesos en la etapa inicial (pensando en que un libro tenga un precio estándar de veinte mil pesos). El programa se prolongará hasta cubrir todo el país.
No es una campaña transparente. No es “Regalar un libro es mi cuento”, hermoso slogan, sino “Regalar un libro es mi negocio”, como tal vez lo piensen los editores privilegiados, que han podido mover sus fondos. Y, como siempre, los ninguneados seremos los de siempre. Y el gobierno seguirá haciendo esas campañas privilegiadas, entregando los estímulos a quienes debieran regalarlos porque se han enriquecido con su apoyo y con el manejo de su política cultural.
Comentarios