Los amigos de Luís Enrique Perdomo Sánchez estamos de plácemes por el restablecimiento de su salud y de tenerlo de nuevo en nuestras lides diarias de la cultura y el arte. Nos ha aportado siempre su fino humor, sus anécdotas y sus libros. Y su vino. Cómo no recordar “Los hijos de la quina” (2016) y su poemario “Noche de invierno” (2017) con los que este chaparraluno nos ha entregado su sentir y sus más íntimas preocupaciones.
Su más reciente producción es un alarido. La verdad, es su relato dramático por lo íntimo, descarnado por lo verídico, que nos pega de manera profunda, porque nos cuenta a través de él su experiencia con el cáncer, su retorno a la normalidad después de haber sufrido los zarpazos de la enfermedad, como una tenaza en su garganta.
Es un testimonio, en verdad, breve pero intenso (setenta y cinco páginas) que él lo ha cobijado bajo el título de “Cáncer: el regreso del infierno” (2018).
Más allá del recuento de aprietos familiares, que aparecen para un paciente con una enfermedad catastrófica (así las llaman), y de las indecibles dificultades que proporcionan las entidades de salud, más corporaciones económicas que instituciones de servicio para aliviar los desperfectos del hombre, hay en este testimonio de Luís Enrique una carga de humanidad ejemplarizante.
Quizás muchos tengan historias similares, pero en la del escritor chaparraluno hay tanto derroche de sinceridad y de expresar el dolor con valentía, reconocer los errores y alentar los aciertos para que otros se beneficien con su experiencia, que resulta necesario recomendar su lectura. Conocer también su gratitud a familiares, médicos y enfermeras que atendieron sus vicisitudes.
Este diario de su dolor, ese periplo por el infierno de las EPS, las citas, los médicos, las enfermeras, los quirófanos, las habitaciones incansablemente blancas, neutras y sin vida, resultan una lección valerosa y paradigmática.
No es una obra de arte. El dolor se impone sobre la elaboración artística, prima la razón sobre la estética. El manejo del lenguaje coloquial y sencillo no llega en su sinceridad a la poesía, pero este tratamiento, justamente, es el que le da valor de testimonio, que convence por su fuerza expresiva.
En la estructuración del relato prima la verosimilitud sobre una planeación artística, se priorizan los acontecimientos en beneficio de la emoción y la reconstrucción de los acontecimientos. La verdad está ahí, sin adornos inútiles.
Valioso testimonio de Luís Enrique. Y más valioso aún que haya decidido expresarlo sin acomodamientos lingüísticos ni malabares ni metáforas, que haya primado el valor de compartir la experiencia y dejar, como lección, la fuerza de la fe y de la esperanza como las armas más contundentes para derrotar la enfermedad. Y no rendirse jamás.
Comentarios