Así como he lamentado la muerte de mi primo literario, Héctor Sánchez, también deploro el asesinato de los cadetes en la escuela de policía General Santander. Pero como la vida sigue, siento que también me llaman mis libros.
Debo confesar que cuando viajé a cambiar la rutina del año, aprovechando las festividades, cargué un par de libros. Pero fui bastante ambicioso y pretendí leer cuatro: los dos que cargué desde Ibagué, y otros dos no previstos: uno que me regaló en Bogotá mi hermano René y otro que adquirí por su recomendación en la librería Lerner del Norte. Sólo pude leer estos dos.
El libro de regalo se titula “El ala izquierda”, tomo primero de la trilogía “Cegador” escrita por el afamado escritor rumano Mircea Cartarescu (invitado este año al Hay Festival de Cartagena), que desarrolla su temática en 422 páginas.
No son exageración tantos elogios para este escritor, vedete en la actualidad de la literatura europea. La novela es un monumento al lenguaje. Basa su temática en mundos oníricos, alucinaciones y sueños de un niño que crece observando la ciudad desde una ventana. Y el mundo se transforma en ella, mientras el lector asiste a la creación de Bucarest, a la saga de los Badislav, a la infancia del narrador, a los conflictos humanos y a la erección de un universo que se disloca y toma rumbos inesperados difíciles de seguir.
Me impresionó su lenguaje, que oscila entre los poético y cotidiano, y supone una elaboración fuera de serie con la cual no pretende mostrar erudición en sí misma sino aquella que la misma narración erige como monumento a la palabra.
El segundo libro es más sencillo, tanto en su estructura como en su lenguaje. Se trata de la novela “Madona con abrigo de piel”, del escritor turco Sabahattin Ali (1907-1948). En general me recordó a “María” de Jorge Isaacs. Al contrario de la novela colombiana, en esta el hombre es el que muere de amor, sin saber que su amada ha fallecido primero y por ello su ausencia de 10 años.
Cuando Raif Efendi conoce a María Puder en Berlín, su vida se transforma. La novela desarrolla sus memorias, escritas en un cuaderno que el narrador rescata del escritorio del burócrata y lee tratando de descubrir las claves de su condición humana.
La magia de esta historia casi elemental radica en la pugna que se establece entre Occidente y Oriente, entre Alemania y Turquía, en los años de entreguerras, en el pasado siglo.
Me quedaron por leer dos, que acometeré próximamente, que son las que llevé desde Ibagué: la de Álvaro Hernández, “Tiempo sin nombre”, publicada en España por Pijao-Pigmalión, y la de Piedad Bonnett, “Donde nadie me espere”.
Comentarios