Ojalá haya muchos encuentros de escritores y ferias del libro a lo largo y ancho del país.
No sé si todos comprendan la magnitud de estos encuentros, que se repiten en varias ciudades del país todos los años.
La respuesta, casi siempre, es la indiferencia. Es vergonzoso encontrar en una sala unos pocos asistentes deseosos de recibir los conocimientos que un invitado, por lo general venido de lejos, tratará de entregarles con cariño o, quizá, con arrogancia. Vergonzoso con el invitado, por supuesto.
Lo hemos vivido en diversos eventos en Bogotá, con autores provenientes de otros países, con salas desocupadas, cuyo mayor acompañante comprensivo es el frío.
Claro, la literatura no es de multitudes. Nadie espera que miles quieran verle la cara y escuchar a ese escritor que seguramente leyeron motivados por los títulos de sus libros. Pero hay un límite y un decoro para el esfuerzo de quienes organizan el evento y el sacrificio de quienes aceptan la invitación de volar o comer polvo y tiempo para llegar a sentarse delante de quienes se pretende se enriquezcan con su experiencia creadora.
Y que la ciudadanía tenga algo diferente en qué ocuparse, algo que la aleje de la amargura cotidiana y la invite a reflexionar de la mano de un cuentista o de la cadencia de un poema leído por su autor.
¿Qué hacer para motivar a la ciudadanía, para lograr que se aproxime a los actos literarios? Pareciera como si atravesáramos el mismo dilema de quienes aspiran a que la lectura se reproduzca y, al parecer, a pesar de tantos esfuerzos didácticos y económicos, nada que despega el país lector que queremos.
No es amarrando estudiantes para llenar espacios como superaremos los simples resultados estadísticos. El problema no es de obligación sino de amor y gusto.
Tal vez la solución sea divulgar estas actividades con mayor agresividad para que aquellos que se sientan atraídos por el arte y la literatura se decidan a participar y se aproximen. Puede ser. Lo cierto es que la tendencia es buscar esos nichos de interés para pulsarlos y despertar su necesidad de goce y de conocimientos a través de unos escritores que, mediante el esfuerzo de los organizadores y de sus patrocinadores, se hagan visibles en un salón de conferencias o en una plaza pública.
Se aspira a que muchos de quienes sabemos amantes de la literatura se acerquen a dialogar, a recuperar ese espacio de la oralidad que es la tertulia, a ejercitar la tolerancia y a mantener viva la esperanza de un mejor país que lo será por la cultura.
Y aunque la literatura no sea de multitudes, bien pronto una multitud podrá saber que la libertad comienza en la lectura.
Comentarios