Vuelven las listas

Benhur Sánchez Suárez

Corre el rumor (voz que corre entre el público; ruido confuso de voces, según el DEL -Diccionario de la lengua española-, de la RAE -Real Academia Española-) del regreso, al tapete de los días, de las listas, las odiosas listas, con las que distintas organizaciones, instituciones o personas, imponen, no todas las veces con propósitos sanos y convincentes, un criterio selectivo que corresponde a los postulados que rigen su accionar.

Están a la orden del día las listas negras, por ejemplo, las de la muerte, que han aparecido amparadas en la anonimia perversa del terror. Imponen el miedo. Desestabilizan comunidades, familias y personas, que ansían poder participar en la búsqueda de una sociedad mejor. Y cumplen su promesa. El baño de sangre comienza a convertir en vergüenza y pecado el orgullo de tener voz propia y una visión diferente de futuro. Y el ambiente se marca por la miedosa perfección matemática de su odio.

Estas listas cumplen su cometido perverso, como también lo cumplen las que se elaboran y echan a rodar periódicamente para imponer algún nombre que se requiere acceda a un cargo público importante. Las dichosas listas de personajes competentes e incompetentes cuyo objetivo es el enriquecimiento personal y el pago del favor en detrimento del bien público. Los incompetentes, por lo general, ganan la partida.

Ahora corre el rumor de otra lista que se elabora en cenáculos llenos de libros, preferiblemente leídos y no atesorados como pantalla de sabiduría, para establecer con ella un supuesto canon de las mejores obras producidas en el suelo patrio en estos doscientos años de vida republicana: doscientas obras, una por cada uno de los años transcurridos (7 de agosto de 1819 - 7 de agosto de 2019) Por tanto, tienen que ser doscientos títulos.

Idea del Ministerio de Cultura, nada menos. El Ministerio tiene un grupo de sabios, propios en su estructura burocrática, y han recurrido a otros, no se sabe cuántos ni quiénes, para que aporten al listado general el listado de sus aciertos lectores y del que desagregarán el listado de sus mezquindades.

Ojalá no pase como el programa de dotar bibliotecas públicas en el que se comprometió a la ciudadanía a donar un libro comprado en las librerías. Y uno, ingenuo, creía que era el que uno quisiera que se leyera en las bibliotecas públicas.

No, era el listado que impusieron las multinacionales de la edición y estaba disponible en las librerías. Negocio redondo. Me insultaron cuando advertí que ese listado no era justo o, por lo menos, no era equitativo.

Pero, bueno, ojalá esta lista cumpla su cometido, para bien de la literatura del país. Lo digo porque en Colombia son más corrientes la mezquindad y los privilegios que la justicia.

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