Arrogancia y poder

Benhur Sánchez Suárez

Dicen los filósofos que los sabios son humildes porque comprenden la ignorancia de los demás. Y es claro que entre más conocimientos se posean menor ostentación debería utilizar el poseedor de esa incalculable riqueza intelectual.

Quizás esta premisa, tan natural por lo sabida, ya no tenga cabida en la sociedad de hoy, donde nada vale más que el dinero y donde conseguir la meta de la riqueza permite desconocer los más mínimos postulados éticos de la humanidad.

Lo vemos en la inmisericorde agresión diaria contra la naturaleza y en la degradación de la vida humana, que ya vale poco frente a la ambición de riquezas y comodidades que practican los seres humanos sin discriminación.

Y, detrás de esa ambición desmedida de riquezas está el poder, que engolosina por las oportunidades que brinda para poseer y dominar. Nada más destructivo para la sociedad que un poder mal ejercido, adornado, además, por la arrogancia y la suficiencia de saber que se posee frente a una masa de ingenuos e ignorantes.

La fábula está escrita. Existe hoy la creencia en que el líder todo lo puede, pero él, para infortunio de sus súbditos, no sólo es ambicioso, sino arrogante. No sólo tiene el poder, sino que ha olvidado que se lo debe al pueblo, y que no puede burlarse de sus instituciones con la creencia de que su presencia es ilimitada y eterna.

Quizá no entienda, en su arrogancia, que decirle mentiras a sus súbditos y burlarse de su administración de justicia, es uno de los peores errores que pueda cometer un sabelotodo, un dios de la riqueza y el poder.

Cuando el país busca sentido de pertenencia, de respeto por sus instituciones, de autoridad para encontrar el camino del progreso, ningún favor se le hace con esos espectáculos arrogantes que, escudados en una ironía sospechosa, destruyen la credibilidad en sus ejecutorias y en el conocimiento de un poder sabiamente administrado y justo para todos.

Valdría la pena revisar la historia para no repetirla. Para no volver a vivir el interminable rosario de promesas incumplidas, que ha colocado a la clase política en el peor estadio de su historia. Y han rodeado el ejercicio del poder de mentiras cotidianas para un pueblo cuya grandeza es su persistencia, es su continuidad, a pesar del saqueo permanente de sus riquezas y la burla amarga de su razón de ser.

Con un poco de humildad creeríamos más en que su voluntad es de todos y es tan real como el sol que se oculta detrás de las montañas. Su poder no ha de ser el miedo ni desaparecer a quienes no piensen los mismo que él sobre el manejo del Estado.

Vale la pena eliminar la arrogancia del poder.

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