Hace dos años nos abandonó Ludivia Alfaro Rojas, gran amiga, compañera de lides artísticas y culturales. Dejó un inmenso vacío entre los amantes del arte del Tolima.
En medio de la incertidumbre causada por la pandemia, del agobiante encierro, la creación es uno de los oficios más beneficiados porque obliga a sus cultores a centrar sus esfuerzos precisamente en la construcción de obras que se ocupen del espíritu y redunden en la salud mental de quienes las reciben.
La crisis producida por la pandemia del Covid-19 es tan profunda, en todos los órdenes de la vida contemporánea, que hace difícil vislumbrar una salida.
La primera vez que leí “La 40 Sur” fue como libro de cuentos el cual, por su calidad narrativa, fue recomendado para su publicación en la colección “Cuentistas colombianos”, que editó Pijao Editores en formato e-Books.
¿De manera que la Bienal Internacional de Novela “José Eustasio Rivera” está en entredicho? ¿De manera que 42 años de historia de la literatura colombiana, prestigiosa trayectoria por donde se la mire, está a punto de fenecer por falta de recursos? ¿Está pendiente aún de la bendita limosna que acompaña toda actividad cultural en este deplorable país donde hay que arrodillarse ante funcionarios ineptos para recibir lo que por obligación debe el Estado proveer?
Una de las controversias más enriquecedoras que sostuve con mi amigo Héctor Sánchez (a casi dos años de su muerte, qué tiempo tan implacable) tenía que ver con nuestras apetencias a la hora de escribir.
Ya llevamos cien días resistiendo el confinamiento. Hemos acatado los protocolos que el gobierno ha estimado conveniente para proteger nuestra salud y nuestra vida. Y, también, asistimos a un desconfinamiento progresivo porque, a la par con la salud, se debe proteger la economía, que es la que nos provee los recursos para seguir la marcha.