Limpieza comunicativa y confianza

Alfredo Sarmiento Narváez

La limpieza comunicativa y la confianza en cualquier tipo de relaciones humanas, operen éstas a nivel de amistad, de pareja, de familia, relaciones de vecindad, comerciales, gremiales, políticas, lúdicas, de fe compartida, duraderas e intencionadas en la línea del tiempo o meros episodios y espontaneidades que se materializan en instantes, son pilares fundamentales para que dichas relaciones fructifiquen en verdaderas y edificantes comunidades de acción y en transformadoras comuniones de los espíritus.

A todo nivel y en diversos escenarios empezando por los más privados -la alcoba-, pasando por los más públicos -la plaza-, y llegando a los más sacros, -el templo-, si la comunicación no se ejerce de manera limpia y no tiene por premisa la confianza, termina configurando torres de babel y laberintos de suspicacia que empobrecen el potencial creativo de cualquier tipo de relación humana.

Toda relación humana está abocada al trámite de intereses personales y a la posibilidad de que en ella se acunen diversas formas de conflicto. Pretender una relación humana exenta de interés e inmune a cualquier tipo de conflictos es candor y torpe forma de perder el tiempo. Para lograr conflictos e intereses que logren dignificar cada vez más tanto a las personas y a las comunidades, es necesario el hábito cotidiano de limpiar la comunicación y lubricar la confianza.

Cuando se ensucia la comunicación y se oxida la confianza entre los protagonistas de una relación, empieza una saga de desencuentros, juicios mutuos, descalificaciones que terminan en dolorosos vacíos, en rupturas a veces ineludibles y costosas, hace eclosión el dolor, la ansiedad, la sed de control, se produce un estropicio existencial, situaciones que solo se superan con verdaderos procesos alquímicos en el alma en el que muchas cosas tienen que morir para dar paso al renacimiento de otras maneras de fluir en el periplo de la existencia y del ser.

Una anécdota personal para ilustrar de manera cotidiana la anterior aventura y digresión filosófica.

El domingo pasado tomé un taxi y antes de iniciar la carrera pregunté al taxista si tenía cambio para cincuenta mil pesos. Me contestó que sí. En el destino final me cobró diez mil pesos, entregué los cincuenta, me devolvió cuarenta. Empezó a mirar a contraluz el billete y lo halaba de sus extremos hasta que lo rompió. Me dijo, tome su billete y deme mis cuarenta mil pesos. Mi primera reacción fue de perplejidad. ¿Qué pasó en ese instante? Se ensució la comunicación y se rompió la confianza entre los dos. Pude haber reaccionado de forma alterada y ofuscada, pero estuve sereno y sonreí (me felicito por ello hasta el punto que toda esta semana me miro al espejo y me mando besitos). El señor recapacitó y exclamó: debo pegarlo con cinta. Yo le contesté, sí señor, y asegúrese que sea transparente.

Esa situación hubiese podido terminar en un precario conflicto y un trámite fallido de intereses; enhorabuena, la alquimia espiritual hizo su trabajo de manera expedita en el taxista y en mí. No fuimos noticia porque no salió un muerto de este evento, seguimos discretamente viviendo, la vida discreta no es noticia, no es famosa, pero sí tiene sabor a gloria.

Tratemos de no romper los billetes de la limpia comunicación y de la confianza en todos los eventos y escenarios en los que nos coloque la vida.

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