Amnesias y confusiones cafeteras

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Carlos Lleras, en el artículo ‘Las características generales del mercado del café’, denotaba la superioridad de la oferta sobre la demanda, con el consecuente influjo en los bajos precios y el consumo preponderante de mezclas de los distintos tipos de grano. En ‘La cuestión cafetera’, agregó: “Las casas intermediarias (…) tienen ventaja indudable (…) en la imposición de los precios” y en ‘La futura política cafetera’ escribió: “La especulación ha estado jugando su papel”.

¿Siguen vigentes estos elementos? La respuesta es sí. El consumo global en la última década pasó de 110 a 142 millones de sacos y la capacidad productiva creció de 123 a 146. Entre 2009 y 2012, el promedio anual del consumo creció 2.4 por ciento, en porcentaje similar a la producción. Y, pese al publicitado incremento de los “especiales”, en Estados Unidos sólo tres millones de sacos, de 22 importados, van para ese segmento. Además, la tendencia reciente de consumos crecientes se da en países como Brasil e India, productores, y no en destinos tradicionales.

Cinco empresas manejan el 50 por ciento del mercado mundial y, en los “especiales”, Starbucks, excepto ciertos nichos, detenta la posición dominante. Subió de ocho mil 500 tiendas en 30 países a 18 mil en 62, comprando 400 millones de libras anuales. Los ingresos empresariales son 10 veces mayores que los de los cultivadores: en Norteamérica, mientras las importaciones del grano valen cuatro mil millones de dólares anuales, la cadena al final se acerca a 50 mil y, aunque la cotización por libra de materia prima —de abril de 2011 a diciembre de 2013— cayó 46 por ciento, el precio del tostado al detal subió 16 por ciento. Respecto a la especulación, un reporte de World Gold Council, para transacciones bursátiles de commodities entre 2006 y 2010, muestra que de 100 contratos a futuros de café, apenas nueve se volvieron entregas físicas.

Expertos como J.J. Echavarría, cuando analizan la crisis cafetera, omiten estas duras leyes. Remiten las soluciones a sembrar otras variedades, a desmontar instituciones o a meros problemas de productividad. El ministro Lizarralde recomienda “no sembrar más” o “cafés diferenciados”. Carlos Gustavo Cano habla de “fincas cafeteras pequeñas e inviables económicamente”. De estos diagnósticos se concluye que se desconoce qué hacer.

El problema se agravó con Gabriel Silva en la Federación. Tras la hipérbole con los “especiales” (propuso comprar Starbucks), se redujo el ritmo de renovación de los cafetales y, contrario sensu, se admitió que la OIC modificara la resolución 407 de febrero del 2002, que obligaba a todo embarque a cumplir “normas de calidad exportable”, por la 420 de mayo del 2004, que volvió voluntario dicha exigencia. El Tiempo, entonces, anotó que este viraje obedeció a condiciones impuestas por EE.UU. para volver a la OIC. Colombia accedió. Hoy circula un 25 por ciento del grano bajo modalidades “basura”.

Para agravar las cosas, en este crítico contexto, la capacidad de maniobra del Fondo Nacional del Café está menguada. Su patrimonio, entre 2000 y 2012, cayó 33 por ciento y los pasivos crecieron 110 por ciento. Hay que reconocer que la revaluación ha hecho su trabajo.

A raíz del LXXIX Congreso Cafetero vale refrescar estas realidades. Hay que desarrollar tecnología para hacer factible el minifundio, democratizar, de verdad, las instituciones y el manejo del Fondo, ratificar la necesidad del precio de sustentación y asumir una posición digna en el mercado mundial para recuperar terrenos en materia de calidad en el comercio y en la interlocución con los poderes dominantes, partir de la economía política. Lo otro son fórmulas neoliberales de mercado y oferta que, tarde o temprano, nos estrellarán contra realidades estructurales. Será Troya.

Credito
AURELIO SUÁREZ MONTOYA

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