“De niño veía cómo pasaban los aviones de las Fuerzas Armadas por el cielo de Villarrica, y entre las montañas se escuchaban los estruendos que dejaban las bombas lanzadas por el Ejército: estaba finalizando 1954, cuando se dieron los primeros bombardeos contra las guerrillas liberales”.
Entre la guerra, rememora Édison Peralta González, eran los días de infancia en este municipio del Oriente tolimense, ‘cuna’ de los primeros campesinos alzados en armas y que ahora se alista para ser una de las 28 Zonas Veredales Transitorias de Normalización.
Este hombre de 71 años, quien sobrevivió a los enfrentamientos con apenas 11, conserva en su memoria numerosos actos bélicos, como cuando su madre y sus hermanos (su padre había fallecido años antes por una enfermedad), tuvieron que acoger en su casa a la resistencia.
También, la mala fortuna de ver a uno de sus hermanos enlistarse en las filas del Ejército para combatir contra sus propios coterráneos, poniendo en riesgo la vida de la familia; no obstante y tras esos recuerdos y entre el llanto, asegura que así como casi se mata con su sangre, también llegó el momento del perdón.
Se pudo evitar la guerra
Dice Édison que en Villarrica no hubo una sola guerra, pues estas se desarrollaron en tres etapas: la primera entre 1948 a 1951, otra finalizando 1951 hasta 1953 y la última en 1954 y 1955. La segunda se originó cuando los campesinos tuvieron que alzarse en armas para defenderse de la Policía Chulavita.
La Chulavita nació en Boyacá, y fue creada durante el Gobierno de Mariano Ospina Pérez, no obstante, cuando Laureano Gómez tomó la presidencia, afianzó su poderío, y según Peralta González, mataban en la noche y de día levantaban los cuerpos, “eran Ley y Matones”.
Iniciando 1953, los campesinos que combatieron con Juan De la Cruz Varela en Sumapaz, Cabrera y Pandi decidieron bajo el gobierno de Rojas Pinilla entregar las armas.
A estos combatientes les concedieron amnistías por dejar sus escopetas de fisto. De acuerdo con Édison, unas mil 200 personas se entregaron en Villarrica, gracias a que el capitán del Ejercito, Ernesto Rojas Saravia, les ofreció garantías para recuperar las parcelas.
Incluso, se llegó a pensar que esa entrega no iba a ser efectiva, puesto que durante ese año y en una sola mañana, mataron más de 100 campesinos, lo que generó desconfianza ante el Gobierno.
Sucedió cuando apartaron a liberales y conservadores y a los primeros se los iban a llevar para el campo de concentración de Cunday; sin embargo, por el camino un comandante de la ‘Chulavita’ consideró que era costoso sostenerlos y mató a todos. “Fue la primera masacre de campesinos en el Tolima”.
A finales de 1953 llegó otra cuadrilla conformada por alias ‘Ave Negra’ y en la Plaza Principal de Villarrica también abandonaron las armas. Hubo campesinos que siguieron en las filas, convencidos de que ganarían la guerra, apoyados por trabajadores, campesinos y maestros que llegarían al municipio.
Dice Édison, que durante días el Ejército y los desmovilizados festejaron el fin de los enfrentamientos, pero la desgracia volvió en noviembre de 1954, tras el asesinato del capitán Rojas.
“A él lo mataron los hacendados que le pagaron a un sicario, pues sentían que con el retorno de los campesinos iban a perder las tierras, así que le echaron la culpa a los campesinos”.
Según se refiere en el relato, ese homicidio desató de nuevo la guerra y desde el Gobierno decían que había entrado el comunismo; esto ocasionó que a Villarrica fueran llevados al menos nueve mil hombres repartidos en siete batallones, entre ellos el Colombia, que venía de la Guerra de Corea.
Estalla la tercera guerra
Mientras bebe su café, y algunas lágrimas resbalan por sus mejillas, Édison recuerda el momento en que su hermano mayor, Jorge, salió huyendo de Villarrica, luego de que un cuñado lo ‘convirtiera’ en Conservador: regresó siendo parte de unas autodefensas que le pagaban 200 pesos, con la misión de matar a los campesinos.
El Ejército ingresó primero con las compañías ‘Cóndor’, ‘Pantera’ y ‘Tigres’, Jorge hizo parte de la última, y se fomentó el odio contra la familia. “Fue desastroso y triste, porque nosotros pagamos las consecuencias; un hermano murió en una balacera”.
La zona fue declarada objetivo militar, tras un enfrentamiento con el Batallón Cartagena, los soldados no pudieron penetrar las ‘cortinas’ (zanjas hechas por los campesinos para resistir el paso militar), y perdieron la vida 150 soldados. El Gobierno envió más tropas.
“Estudiaba en la escuela Jorge Eliécer Gaitán, cuando el Ejército la desocupó para instalarse ahí. Finalizaba 1954 y empezaba la guerra y el gran bombardeo a Mercadilla y las veredas Cuinde Blanco, Guanacas, Cuatro Mil, Mundo Nuevo y Lozanía.
“Todos los días caían bombas sobre las columnas de marcha, algunas dirigidas por campesinos, donde estuvieron ‘Barba Azul’, Eusebio Parra o ‘El Mono Mejía’, también ‘Richard’, quien murió fabricando bombas, pues su taller explotó.
La resistencia tuvo que replegarse y emigrar hacia nuevos lugares, pues era imposible atacar hacia el aire; los guerrilleros arribaron a La Colonia, lugar donde se tiene planeado establecer una Zona Veredal.
Cae La Colonia
Los alzados en armas fijaron su cuartel general en La Colonia, con las ‘cortinas’ se hicieron impenetrables, continuaban los ataques aéreos. El general Rojas Pinilla ordenó el 6 de junio, lanzar bombas Napalm y entre el 7 y 10 arrasó la población.
“En una confrontación, estuvo el teniente Alberto Cendales, el mejor lancero que tuvo Colombia, se encontró de frente a un campesino, no disparó porque se le pareció al papá, el anciano también pensó que era su hijo; entonces se dio cuenta de que todo era una guerra injusta contra el jornalero”.Se registraron combates tres días continuos, no había oportunidad de enterrar a los muertos que yacían por los campos, el hedor de los cuerpos obligó a que abandonaran la desolada zona; el Ejército penetró con dos batallones y se tomó el sitio llamado Montoso hasta La Colonia.
Con artillería desalojaron a los guerrilleros que por segunda vez eran vencidos, pero no sus esperanzas de seguir luchando por sus tierras, se registró la primera marcha de campesinos: unos cinco mil habitantes huyeron al río Duda y la vereda Galilea.
La toma a Manzanita
Édison Peralta nació en la vereda Manzanita. A ese sitio y en la casa donde vivía, entre las fincas Lérida y Pensilvania, arribaron las guerrillas liberales tras abandonar La Colonia, al menos 300 familias llegaron tras el éxodo y bajo el ataque aéreo.
“En la finca La Samaria, cerca donde nací, se desarrolló el último y uno de los más grandes enfrentamientos, la Fuerza Aérea lanzó bombas día y noche, las casas quedaron destruidas; mientras huían, ponían en los árboles camisas y sombreros para que los pilotos atacaran y así ganaron tiempo.
Cientos de guerrilleros defendieron la retaguardia, mientras los marchantes murieron de hambre, las mujeres parían en el monte, niños y mujeres quedaron enterrados en los lodazales. Otros no superaron el paso hacia Río Chiquito, El Pato, El Guayabero y a los llanos.
“Después de ese último bombardeo, iniciando 1956, volvimos a la finca, una mañana fui a los sectores donde cayeron las bombas y fue triste ver el montón de cadáveres, cráneos con dientes de oro. Esta es la hora y nadie se ha atrevido a recuperar esos restos, quedaron allá en la montaña
“Finalmente, hay que recordar la centena de niños perdidos, que en su mayoría fueron arrebatados por el Gobierno de los brazos de sus madres, con la supuesta condición de ser llevados a albergues, pero la mayoría fueron abandonados en Girardot, Ambalema, Ibagué (Picaleña) y Bogotá.
Según un reportaje escrito en la época por Gabriel García Márquez, al menos tres mil niños fueron separados del seno familiar.
A modo de reflexión
“Se me aguan los ojos recordando esos episodios tristes y duele más que las nuevas generaciones de villarricenses desconozcan esa tragedia y crean la trama del Estado al decir que allá no pasó nada, que fueron los comunistas quienes estropearon el pueblo.
“Ahora la gente en contra del proceso de paz, sin saber que en el municipio nació el primer frente guerrillero de las Farc; no fue en Marquetalia, pues Jacobo Arenas combatió en Villarrica: él era de los comunistas de Santander, también estuvieron ‘Líster’ y ‘Richard’.
“Me duele que el Gobernador se oponga a que Villarrica haya sido seleccionado como uno de los municipios donde comenzará un proceso grande para terminar con esta guerra que nos ha dejado tantas víctimas. Esta debe ser una oportunidad para que a la población lleguen recursos.
“El presidente Santos debería firmar la paz, no en Bogotá ni en Chaparral, sino en Galilea, más arriba de La Colonia, pues incluso ahí se instaló el sargento ‘Pascuas’, quien ahora está en Cuba, cuando iba para la ‘Olla de Palacio’, el verdadero epicentro de las guerrillas”, agregó Peralta.
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