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Se suele hablar de la era Arcaica, la Mesozoica y la Cenozoica, por mencionar tres. Cada era tiene características que la diferencian de las demás. Por ejemplo, en la Mesozoica (que duró 120 millones de años) aparecieron los grandes reptiles, como lo dinosaurios que se esparcieron por todos los continentes y dominaron a las demás especies. Se cree que desaparecieron con la caída de un meteorito que catapultó millones de toneladas de polvo a la atmósfera enfriando el planeta entero.
Los mamíferos se multiplicaron en la era Cenozoica, en la que se formaron los actuales continentes y aparecieron los primeros seres similares a los humanos. La que estamos viviendo se denomina la era del Antropoceno, término que acuñó en el 2000 Paul Crutzen, el químico holandés ganador del premio Nobel de química en 1995. Corresponde a la era en que el planeta es habitado por una especie cuya característica más notoria es haber desarrollado la capacidad de destruir su propio hábitat. Los dinosaurios conquistaron el planeta, estuvieron por siglos en la cima de la cadena alimenticia, físicamente eran superiores a los hombres, pero poco daño podían hacer a su entorno. Los seres humanos, en cambio, hemos evolucionado en una dirección que nos ha permito conquistar el planeta, estar en la cima de la cadena alimenticia y, además, de manera colectiva, llevar a cabo acciones recurrentes que poco a poco han ido deteriorando la existencia de Gaia, nuestro planeta.
El calentamiento global que es propio de esta era se manifiesta a través de los incendios generalizados, la prolongación del período invernal y las devastadoras inundaciones que observamos con mayor frecuencia. Por primera vez habita el planeta Tierra una especie que no solo tiene la capacidad para destruir su propio hábitat, sino que es consciente de que puede hacerlo. Hay quienes sitúan el inicio de esta era en el comienzo de la revolución industrial, otros la sitúan mucho más atrás, pero todos están de acuerdo en que si esa especie, nuestra especie, no hace nada para revertir el curso de los acontecimientos, será aquella que se pondrá fin a sí misma, arrastrando en su tragedia a la mayoría de las otras especies.
En la llamada teoría de los sistemas complejos se postula que el comportamiento de estos sistemas puede alterarse al modificar algunas pocas reglas que regulan el comportamiento de sus componentes básicos. La razón es que estos sistemas están constituidos por millones de relaciones recurrentes entre todas sus partes, si estas relaciones básicas cambian, los cambios se propagan como lo hace un virus.
Parece que el cambio necesario debe apuntar a constituir lo que Adela Cortina (la filósofa Valenciana) denomina una ética planetaria mínima, a mi juicio, una ética del cuidado, constituida por tres simples reglas: el cuidado de uno, el cuidado del otro y el cuidado de lo otro. El mecanismo idóneo para empezar a construir esta ética es la educación, en los colegios, en los hogares, en las universidades. Así pues, iniciemos conscientemente otra pandemia, que contagie rápidamente la ética del cuidado entre los seres humanos. Tal vez así, como dijera nuestro Nobel, esta especie (y no solo una estirpe) pueda tener una segunda oportunidad sobre la Tierra.
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