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Es importante recordar que estas marchas no son de ahora, empezaron en septiembre del 2019 en Chile y se extendieron rápidamente a otros países. En Colombia iniciaron a finales de ese año con gran intensidad, pero se detuvieron casi inmediatamente en todo el continente con la llegada del Covid-19. La pandemia puso en letargo esas protestas colectivas. Desafortunadamente, el fallido proyecto de reforma tributaria, que pretendía incrementar impuestos cuando 21 millones de colombianos están bajo la línea de pobreza monetaria (el 46% de la población según el Dane), despertó de nuevo la indignación colectiva, pero con mayor vehemencia, pues el temor al contagio en este tercer ciclo de la pandemia no impidió que se realizaran.
Como se ha repetido en diferentes medios en la última semana, el derecho a la protesta es legítimo pero los actos violentos son inaceptables. Sin embargo, independientemente de las motivaciones de estas marchas, puede que sean la manifestación del agotamiento de la democracia que ha caracterizado a nuestros pueblos desde el comienzo de la vida republicana. Para ser más preciso, parece que esta forma de gobierno en la que los ciudadanos son representados por otros, elegidos abierta y libremente, para conformar el poder legislativo: Congreso, asambleas y concejos municipales, está llegando a su fin. Los elegidos por el pueblo no son cercanos a sus electores y menos cuando se tienen circunscripciones nacionales (necesarias solamente para grupos minoritarios). En Inglaterra los ciudadanos llaman a los Miembros del Parlamento “su MP”, lo consideran “suyo”, pues este se reúne periódicamente con ellos para escuchar sus necesidades y propuestas. Es también una forma necesaria de “accountability”, de rendir cuentas a sus electores. Nada de ello ocurre en Colombia, la legitimidad y transparencia de estos procesos de elección son cada vez más cuestionados y la gente, especialmente los jóvenes, parecen desencantados de su efectividad.
El gobierno ha convocado a mesas de diálogo con los diferentes actores sociales para estudiar alternativas de salida al presente estado de cosas. Ha llamado a los partidos políticos, a los gremios, a las universidades, a los empresarios, a los estudiantes, etc. Pero no es suficiente con convocar mesas de diálogo cada vez que la situación se sale de control, es necesario crear espacios recurrentes de conversación. Mientras que aquellas son un recurso temporal que suelen terminar en promesas incumplidas que generan mayor frustración y alimentan nuevas protestas, estos espacios facilitan procesos de construcción colectiva. Cuando se organizan de manera permanente no son estrategias demagógicas para resolver crisis de coyuntura, sino que se transforman en otra manera de gobernar.
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