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De ella se dice que “es la gran fuerza reguladora de la sociedad y la definen como el acatamiento cotidiano al conjunto de normas (legales, morales y éticas) para mantener el orden entre los miembros de un grupo social”. Se trata de actitudes y comportamientos que por convicción adoptan los individuos y se practican en el colectivo, y es eso lo que le imprime fuerza. Pueden llegar a ser tan arraigados que hacen parte de la identidad de las comunidades y de su cultura. Son aprendidos en el interior del hogar y en su entorno que, de múltiples formas, afirman la vigencia de ellos, y en colectivo hacen control de su cumplimiento. No tiene relación con la escolaridad porque aún personas analfabetas pueden practicar una fuerte Disciplina Social, pero la escolaridad y los educadores sí juegan un importante papel de reforzamiento y mucho más en sociedades como la nuestra, en la que los padres han descargado en los maestros buena parte de la tarea de formación de sus hijos.
El tema reviste especial pertinencia hoy, cuando enfrentamos el nefasto Covid-19, y es así como con frecuencia se ven reportes que expresan gran admiración porque en países como Taiwán o Korea del Sur las instrucciones para prevenir el contagio se cumplen con rigor sin que tengan que acudir a la presión, a pesar de que las autoridades están listas para actuar. En contraste, se destaca la gran indisciplina que muestran las comunidades en nuestro país y otros del entorno, y lo ilustran con las numerosas fiestas clandestinas organizadas en diversas ciudades, o las fiestas organizadas inclusive por funcionarios públicos; también lo observado en las plazas de mercado, en el transporte público y otros escenarios para los cuales se han diseñado protocolos especiales.
¿Por qué entre nosotros no se logra el respeto por las normas aun cuando ello atente contra el bienestar propio y el de su entorno familiar?. Las razones se deben buscar en los hogares, en las escuelas y en el entorno, donde no se ha inculcado el respeto por ellas. Porque los mayores, quienes gobiernan y quienes ejercen algún tipo de autoridad y liderazgo, no dan ejemplo; además, porque las sanciones no se aplican con rigor y “la pronta y cumplida justicia” que se predica tampoco funciona, inclusive a veces hasta se negocia. Aquí cabe destacar una afirmación muy conocida: “mejor se enseña con el ejemplo que con la palabra” y “quien predica y no aplica pierde su tiempo”. Sobre ello no hace falta mencionar ejemplos porque todos podemos citar muchos; es así como con frecuencia las autoridades hacen lo contrario de cuanto exigen a sus gobernados, los padres actúan contrario de cuanto exigen a sus hijos y los directivos infringen las normas que exigen a sus colaboradores. Se agrega además el hecho de que el cumplimiento de normas tiene que ver con las condiciones materiales de los implicados y la certeza de que las normas y protocolos que se fijen sean posibles de cumplir.
En suma, la Disciplina Social es una construcción social que lleva tiempo para consolidarse pero que, como señala Harari, las crisis pueden precipitar la adopción de ese tipo de comportamientos, siempre y cuando se entienda el beneficio que representa para sí y para la comunidad y, por sobre todo, si se genera credibilidad y confianza, porque los mayores, los dirigentes y las instituciones dan ejemplo con su actuar.
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