En cuestión de plagas, superamos al Antiguo Egipto

Carmen Inés Cruz Betancourt

Quienes asistimos a colegios católicos posiblemente recordamos el estupor que nos causó la lectura de un pasaje de la Historia Sagrada que narra sobre las siete plagas que azotaron a Egipto con el fin de presionar al Faraón para que liberara a los esclavos hebreos. Y, puesto que éste no aceptó la petición de Moisés, Egipto fue castigado con un conjunto de calamidades que tenían carácter sobrenatural y fueron obra de Dios, según el Antiguo Testamento. Aquello comenzó con las aguas del río Nilo teñidas de sangre, seguido de hordas de ranas, mosquitos y langostas, lluvia de granizo y fuego, muerte del ganado, pestilencia, enfermedad, lluvia de granizo de fuego, tinieblas, muerte de los primogénitos, entre otros terribles males.
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Lo anotado es solo una alegoría que viene a mi mente cuando pienso en todas las calamidades que azotan a nuestra querida Colombia, solo que éstas no tienen carácter sobrenatural sino que, por acción u omisión son producto de la voluntad de los colombianos, algunos con mucha mayor responsabilidad que otros.

O, ¿acaso no son terribles plagas fenómenos como la politiquería, la violencia, la corrupción, el narcotráfico, la diversidad de guerrillas, la criminalidad, la justicia inoperante, la impunidad, el desempleo, la miseria, la inequidad social, la inequidad de género, la discriminación social, el racismo, la depredación de recursos naturales, la indiferencia de los “buenos”, y para coronar el Covid 19? Estas y otras más, azotan sin piedad al pueblo colombiano, unas a lo largo de muchas décadas, otras algo más recientes, y todas actualmente parecen haberse exacerbado en forma severa.

Frente a estas calamidades, que no dudo en llamar plagas, con frecuencia surge la pregunta ¿por qué suceden?, ¿por qué tanta violencia?, ¿por qué tan profunda corrupción?, ¿por qué tantos pobres en un país tan rico?, etc, etc. Y lo primero para precisar es que unos y otros fenómenos están íntimamente entrelazados y en conjunto crean las condiciones propicias para que todos ellos perduren y crezcan.

También nos preguntamos, ¿y cómo desenredar este nudo? Son variadas las fórmulas y estrategias que pueden sugerir los estudiosos. Para mí, la clave está en la toma de conciencia sobre el hecho de que no se trata de “castigos divinos ni hechos sobrenaturales”; todos esos fenómenos son resultantes de comportamientos ciudadanos deplorables y, por lo mismo, solo nosotros en conjunto podemos corregirlos. El siguiente paso es garantizar que a los cargos de elección popular y liderazgo, solo permitamos que llegue gente honesta a toda prueba, idónea, probada y comprometida con el bienestar de la comunidad y no con intereses mezquinos, propios y de sus grupúsculos.

Ello es posible porque existe gente con dichos atributos, solo que suelen descartarlos por preferir a quienes llegan cargados de falsas promesas, alegan pergaminos, apellidos y se acompañan con gran visibilidad mediática financiada acaso por dineros mal habidos; ofrecen unos pesos por el voto, tamales, tejas o un trabajito transitorio. Entre tanto, se ignora a quienes actuando honestamente solo se comprometen con lo posible y se deslindan de los extremos de la izquierda y de la derecha que, por igual constituyen una amenaza tenebrosa.

Pero no solo quienes venden su voto son responsables, también aquellos ciudadanos que se abstienen porque dicen repudiar la política, porque consideran que su voto no tiene consecuencias o por negligencia, en otras palabras por irresponsabilidad. Cambiar en forma drástica el tipo de gobernantes y dirigentes que conducen el quehacer de nuestro país, es un imperativo. La salida está en nuestras manos y debemos hacerlo sin violencia y el momento de actuar es ahora porque la magnitud que han alcanzado todas estas plagas es enorme.

La tarea es de todos y el trabajo es lograr que seamos una inmensa mayoría quienes tomemos conciencia y cumplamos con la responsabilidad de participar en la decisión más importante: elegir a los mejores para que asuman posiciones de dirección a nivel nacional, en las regiones, las localidades y en el Congreso. Y, además, actuar vigilantes y fortalecer la sanción social para que, sin atenuantes, un ejercicio ético y apegado a la ley sea el distintivo de la comunidad y muy especialmente de los estamentos directivos. Es una gran deuda que tenemos con las presentes y futuras generaciones.

CARMEN INÉS CRUZ

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