Arrogancia y Displicencia

Carmen Inés Cruz Betancourt

Lo ocurrido recientemente al Ministro de Defensa, que acudiendo a subterfugios intentó eludir la orden de la Corte Suprema de Justicia de pedir perdón por los abusos de la Policía a los manifestantes en días recientes, y luego fue obligado por el Tribunal Superior de Bogotá a hacerlo en forma perentoria, es un buen ejemplo de las deplorables consecuencias de la arrogancia y displicencia con que actúan algunos funcionarios públicos. Y es que ese parece ser el tono de muchos funcionarios a quienes el poder se les sube a la cabeza.
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Deplorable la imagen proyectada por el Ministro, como también el desgaste que implica para los órganos de justicia, que con tantos asuntos importantes por resolver, tienen que ocuparse de casos como ese. Grave también el mensaje que emite en el sentido de que creyó que, como reza el dicho popular “la justicia es para los de ruana” y no para los encumbrados en el poder. Creyó además, que los fallos de la justicia se pueden interpretar a gusto y soslayar. Bien hizo el Tribunal al ponerlo en su puesto y afirmar así que nadie está por encima de ley. Fue un merecido golpe a su orgullo que ojalá le sirva a él y a otros, para que en lo sucesivo actúen con prudencia y ponderación.

Otro duro golpe que hemos contemplado en días recientes, resultante de la arrogancia y displicencia, lo ha recibido el Presidente Trump, quien ha visto deteriorada su imagen en materia grave, en momentos en que busca votos para seguir gobernando la primera potencia del mundo. No es nuevo en él ese tipo de comportamientos pero parece que las circunstancias que vive han exacerbado su ánimo y le han hecho redoblar esas posturas irrespetuosas y hasta grotescas, como lo observamos en el debate con su opositor en la carrera por la Presidencia de USA.

Vale decir que somos muchos quienes repudiamos ese tipo de comportamientos por  considerarlos improcedentes en toda persona, pero mucho más en personajes públicos de tan alto rango, porque alimentan la intolerancia y la violencia. Sin embargo, parece que muchos otros lo entienden como una forma de mostrar fortaleza y autoridad, entre otras cosas porque hace parte de ese imaginario machista que les lleva a pensar que así demuestran hombría y capacidad para dominar a otros; que esa es la forma de ejercer la autoridad.

Ahora bien, estos dos ejemplos no resultan extraños en nuestro medio, donde lamentablemente  también se  observan funcionarios que creyéndose dueños de sus puestos y del presupuesto que manejan, responden con arrogancia y displicencia las críticas y los pedidos de información y explicaciones de la ciudadanía, porque no han entendido que ellos está en su derecho, y su deber es responder con prontitud, respeto y transparencia. En consecuencia, bien harían los respectivos jefes en llamarles la atención para lograr que su comportamiento demuestre respeto a la ley y a la ciudadanía, capacidad de escucha, prudencia y tolerancia, y con ello contribuyan a una sana convivencia. Un propósito que no puede quedarse en el discurso sino que debe reflejarse en cada acto de su vida pública y privada. Por supuesto que se espera funcionarios afirmativos y que ejerzan la autoridad de que están investidos, pero que entiendan que eso es muy diferente del autoritarismo, la arrogancia, la soberbia y la displicencia. Que su trabajo tendrá mejores resultados si la ciudadanía es una aliada.

CARMEN INÉS CRUZ

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