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Ojalá la “investigación exhaustiva” que en breve anunciarán las autoridades, efectivamente encuentre a los responsables, no solo para que les impongan las sanciones correspondientes, sino para que expliquen los motivos que les llevaron a cometer semejante barbarie. Hurtar los pocos recordatorios dispuestos para venta a los turistas no parece suficiente justificación y menos para destruir los pendones alusivos al lugar. Acaso se trata de delincuentes depravados en extremo, fanáticos o grupos satánicos empeñados en demoler imágenes y santuarios que significan mucho para otros ciudadanos? Porque ese lugar es un santuario donde sobrevivientes de la tragedia acuden a rememorar el entorno donde transcurrió su vida y a orar por los seres queridos allí yacen desde hace 35 años cuando los sepultó una pavorosa avalancha. Infortunadamente, esta no es la primera vez que allí se presentan atropellos de similar naturaleza; ya ocurrió en dos ocasiones en el Centro de Visitantes de Armero, cuando saquearon y hurtaron las escasas herramientas con las que a diario realizan una labor quijotesca por preservar el lugar.
Los armeritas son una comunidad adolorida que lleva varias décadas clamando al gobierno nacional y regional que se ocupen de la habilitación, mantenimiento y cuidado de aquel lugar denominado Campo Santo por el Papa, hoy San Juan Pablo II durante su visita. Se busca hacer de este, un espacio digno que pueda ser visitado por los sobrevivientes de la tragedia y por quienes se interesen en conocer sobre aquel evento que conmovió al planeta entero. Pero nada se ha conseguido a pesar de que existe la llamada Ley de Honores a Armero, que igual a muchas otras terminó siendo un “himno a la bandera”, un discurso sin consecuencias. Y, frente a ese vacío han sido ciudadanos solidarios quienes optaron por montar una pequeña estructura llamada pomposamente Casa-Museo, que en realidad es una instalación precaria, “hecha con la uñas” pero que es todo lo que hay para dar paso y un poco de información a quienes visitan las ruinas enmontadas y sin mantenimiento alguno.
Y ahora unos depravados llegan a destrozarla. Qué dolor, qué inmenso dolor constatar hasta dónde llega la degradación humana.
La pujante ciudad de Armero, otrora conocida como la “Ciudad Blanca de Colombia” por su cuantiosa producción algodonera de alta calidad, sepultada junto con más de 23 mil personas, bajo la pavorosa avalancha de lodo que descendió del Cráter Arenas del Volcán Nevado del Ruiz, el 13 de noviembre de 1985, es un recuerdo imborrable y una herida que no sana.
La solidaridad y condolencia por los ultrajes a que ha sido sometida su memoria, no es solo para los sobrevivientes de la tragedia, también para todos los tolimenses que hemos sentido como propia esa tragedia, y por qué no, para los colombianos que debemos dolernos al saber que en nuestra patria habitan seres capaces de tanta perversidad.
Ojalá este hecho repudiable llame la atención de las autoridades para que por fin se ocupen de cuidar no solo las Ruinas de Armero, sino para impulsar obras de desarrollo en todo ese entorno a fin de que logre transitar nuevamente por caminos de prosperidad, porque su potencial es inmenso.
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