Turismo en serio

Carmen Inés Cruz Betancourt

Mucho se dice sobre el potencial del turismo como generador de empleo e ingresos para el Tolima, y en ese contexto se reiteran las ventajas que representa la ubicación del Departamento en el corazón del país, cruzado por buenas vías que conectan con Bogotá, el centro y el sur del país.
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También la bondad del clima, la diversidad y belleza de sus paisajes, la amabilidad de la gente y los múltiples eventos musicales y culturales que se realizan a lo largo y ancho del departamento, la reconocida gastronomía y otros elementos que se consideran atractivos para los visitantes.

De otro lado, es un hecho que casi todos los municipios del departamento afirman su expectativa de potenciar el turismo como fuente de ingresos para su región y así lo consignan uno tras otro sus respectivos Planes de Desarrollo. No obstante, el discurso se ha quedado allí y el turismo no ha cumplido esa expectativa; y no se trata de la pausa impuesta por la pandemia, sino aún antes. Cabe entonces preguntarse ¿por qué? Y la respuesta no es tan complicada. A mi juicio el asunto tiene que ver con el hecho de que no se ha comprendido que contar con los atributos mencionados no basta, esos constituyen el potencial pero no el producto que atraiga a los visitantes que tienen gran diversidad de alternativas para escoger.

Me explico, si hablamos de turismo cultural, religioso, de naturaleza, deportivo, de aventura, etc., es imperativo que se estructuren “paquetes” completos, que se cuente con operadores especializados y con información detallada. Transporte, vías adecuadas, rutas, senderos, señalización y conectividad virtual; con la infraestructura pertinente, guías y seguridad; la comunidad cualificada para acoger a los turistas, y el hospedaje que definitivamente no demanda hoteles de alta gama y altos costos sino de modalidades adaptadas al tipo de turistas que aprecian tales opciones de turismo, acaso hoteles bien dotados pero modestos, casas campesinas debidamente adaptadas, carpas, glamping, etc. 

Un asunto que amerita revisión especial es el que tiene que ver con las festividades que celebran los municipio, y que tienden a concentrar excesivo esfuerzo y recursos en la organización de “reinados” sobre múltiples temas, simpatía, belleza, del río, de la subienda, del ocobo, de la panela, del tamal, del masato, etc., etc., que han perdido toda vigencia y solo interesan a los parientes de las candidatas y a unos pocos lugareños pero no a los visitantes, en tanto que el patrimonio histórico, las expresiones culturales, la música, la danza, el vestuario, las representaciones teatrales, la artesanía, la gastronomía y otras artes quedan marginadas a pesar de que son las de mayor interés tanto para preservar la cultura regional como para atraer público. 

Importa, además, asegurar que las actividades que realizan durante tales festividades son el producto de un trabajo desarrollado en forma sistemática a lo largo del año, que incluye la formación de los actores y el perfeccionamiento de las mismas, a fin de que la gran fiesta sea el momento en que se presentan los resultados y no algo que se improvisa un mes o un par de semanas antes, con la consecuencia de que no conllevan novedades ni enriquecimiento para la comunidad. Es además la forma de consolidar un trabajo colectivo que involucre niños, jóvenes y mayores y les convoque alrededor de elementos que contribuyan a la afirmación de su identidad, la asociatividad y promueva la creatividad. Puede ser también la mejor forma de consolidar emprendimientos que aporten ingresos a la comunidad. 

Lo dicho implica contar con estructuras organizativas que se cualifiquen en forma permanente, aprendan con la práctica y promuevan la participación sin distingo alguno. Tendrán también que fortalecer la habilidad para programar y gestionar lo pertinente en los momentos adecuados, la rendición de cuentas y el involucramiento del sector público, el privado y la sociedad civil. Será la única forma de que ese tipo de eventos perduren, crezcan, se consoliden y atraigan turistas en forma sostenida. Además, que se conviertan en instituciones apreciadas por la comunidad y representen modelos de acción signados por los valores que deben afianzarse como parte de su identidad. 

Carmen Inés Cruz

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